Me encanta el oficio de periodista. Disfruto con mi condición de ´arrejuntaletras´ de lo que pasa alrededor del Valencia. Está bien ser periodista deportivo. Es hasta recomendable, aunque los del gremio no paremos de quejarnos de lo mucho que trabajamos, ¡como si en otros oficios no se tuviera que trabajar! Me gusta pensar que en este oficio, como en todos, hay que currárselo para lograr algo. Y eso hago. Me gusta pensar que soy periodista como podría haber sido camarero o guitarrista de mi grupo de rock —éramos muy malos—. Soy periodista y punto. Pero este oficio tiene algo que no tienen todos —y no me refiero a la vocación que a mi aunque tarde, me llegó en el momento adecuado—, me refiero a que te puedes volver un auténtico gilipollas porque un día quedas a comer con un jugador del Valencia o porque al siguiente te contesta a un mensaje de móvil. Conozco algunos colegas que les pasa. A mi me pasó también. Sí, lo admito, hubo un tiempo en que creí que era alguien en este ´sarao´. Ahora ya sé que solo soy un tipo que, como Rosendo, busca comunicación —ha llovido mucho desde que el eterno rockero carabanchelero cantaba aquello de «yo podría cantarle a los colores de tus ojos y podría llevarte a un mundo extraño de ilusión, pero me conformo y no quiero comerte el coco, y te cuento lo que vivo, busco comunicación»—.

Ayer encontré la comunicación. Volví a sentirme persona humana que diría mi admirado Mikimoto. Fui uno más de la calle alejado de las ruedas de prensa y el falso ´glamour´ de un mundo que habla de millones de euros con demasiada facilidad. Ayer pasé el día entre peñistas, ¡qué grande! Vaya por delante que me ´encalomaron´, porque se suponía que iba invitado a comer paella y me tocó subir al escenario para hacer de ´mantenidor´. No pasa nada, lo hice con gusto y lo volvería a hacer. Siempre he tenido alma de ´showman´. Ayer estuve en Bonrepòs i Mirambell, junto a mi pueblo, donde se celebró una convención de peñas valencianistas. Palpé en primera persona el sentir de la gente que sufre y disfruta con el Valencia. No voy a decir que hasta ayer tuviera dudas de lo que pueda pasar con este club en el futuro, simplemente digo que ayer me convencí de que el Valencia nunca morirá porque siempre habrá valencianistas dispuestos a luchar por él. Ayer estuve entre camareros, fontaneros, ´pikoletos´, abogados, empleados de banca y entre parados dispuestos a comprar acciones del Valencia porque saben que su equipo les necesita. No importa cuantas, importa que comprarán las que puedan porque cada acción es importante. Ojo, que tan importante es cada acción como decirle a la gente en qué van a gastar el dinero que les piden.

Cuando terminé el sabroso plato de paella y me levanté para venir al periódico, un compañero de mesa me dijo mirándome a la cara: «Carlos, apriétales a los de la prensa de Madrid, que no se burlen de nosotros». Y mientras escuchaba en el coche la maqueta de mi colega Miguel Barres y sus ´Mamones´ camino de Valencia, pensé en los quince días que lleva la prensa de allá por la M30 ninguneando al Valencia y a su gente. Y de repente, como si fuera el doctor House, caí en la cuenta avisado por mi neurona preguntona: «Carlos ¿quieres saber qué les pasa a los de Madrid? Es muy fácil, ellos no estaban en Bonrepòs... ni en Sagunto, ni en Xàtiva, ni en Betxí, ni en Pego. Ellos no lo entienden, y no lo entenderán jamás. El futuro es nuestro.

Por cierto, de la misma manera que pienso que ningún ser humano puede ser ilegal en ningún sitio, pienso que allá donde haya dos tipos dispuestos a sufrir por el Valencia, habrá una peña valencianista. (Perdón si me he pasado de melancólico, pero es que me tomo dos cervezas y la pillo llorona, será la edad...).