Llevo unos cuantos días queriendo escribir de la sensación que me produjo el otro día ver juntos de nuevo a Villa, Silva, Mata y a Pablo. Quería poner algo así como «madre mía, estos cuatro de arriba te matan, y a poco que atrás estemos finos y el Banega este —de acuerdo con eso de que de momento es ´Barajita´ pero que ya es suficiente— le dé por prometer lo que dice y no despistarse, lo mismo esta temporada la liamos», pero lo voy a dejar para el domingo o el lunes próximo. Hoy escribo del asunto del Valencia femenino, que me ha tocado la patata porque pasa justamente ahora que a mi hija Nuria por fin le ha dado por el Valencia —con Claudia la mayor ya hace tiempo que me di por vencido y asumo con dolor que pasa absolutamente del asunto del balón—. Nuria se compra cromos de fútbol y me llama emocionada y rebosante de ilusión cada vez que le sale uno del Valencia. Así de memoria creo que tiene los de Villa, Dealbert, Del Horno, Míchel, Bruno y Manuel Fernandes, pero me ha prometido que me regalará el de Mata y el de Banega —¡cómo se nota que no los paga ella!—. Pero me pasa que entre cromo y cromo no sé cómo explicarle a la nana lo que ha sucedido con el Valencia femenino, y no sé si pedirle ayuda a alguien del club para que me diga la manera de decirle eso a una gente que esperaba con emoción el momento de lucir el escudo del Valencia en el pecho —nunca mejor dicho—. ¿Cómo contarle a mi hija la decepción de esas jugadoras? Hay veces que me da la impresión de que no hemos aprendido la lección que nos dejó la primera ronda de la ampliación de capital, esa en que el aficionado de a pie se rascó el bolsillo dando al resto de España un ejemplo de amor a unos colores, y sobre todo, mandando un mensaje a los entonces grandes accionistas de que el Valencia es de los valencianistas que lo sufren cada día. Puede que afortunadamente esos grandes accionistas hayan desaparecido del mapa accionarial, pero nos equivocamos si pensamos que podemos pasarnos por el forro de los mismos el la herencia de toda esa gente que se rascó el bolsillo y echó mano de sus ahorros en plena crisis. Y sí, ya sé que lo que hay detrás de esa decisión es una cuestión de dinero —básicamente por recortes— y que obviamente los que dirigen ahora el club no son los culpables de que casi de manera literal no haya un duro en caja, pero el gesto no me ha gustado y tengo que decirlo. Y tampoco descarto que dentro de unos años todos hagamos la ola y aplaudamos a unos gestores que sacarán al Valencia de donde se encuentra y lo harán a base de regatear hasta puntos que como el que nos ocupa, parecen insostenibles y hasta rozan la indignación, pero yo no soy gestor y me llega a la patata pensar en lo decepcionadas que estarán esas chicas que pese a todo, el domingo saldrán al terreno de juego con la camiseta del Valencia con la intención de ganarle al Levante... (No sé si están decepcionadas, yo lo estaría. Y mucho).