Mira que nos gusta a los valencianistas —a mí el que más, como en la canción de Obús— quejarnos de lo poco que nos quieren y lo mal que nos tratan por la meseta, pero aunque mesetarios y cavernarios, les aseguro que por allí no tienen un pelo de tontos. Este principio de opinión tan abrupto viene a cuenta de un chiste que me contaron hace poco y que adapto a la situación del Valencia porque quien me lo ha contado quiere y conoce bien al equipo.

Chistazo

El asunto de hoy tiene que ver —otra vez— con la espiral de autodestrucción en que nos hemos metido un poco entre todos y de la que no hay manera que salgamos. Tan metidos en nuestra propia basura nos encontramos, que ni el tercer puesto en la liga se salva de la quema. ¡Foc a la falla! Soy el primero que vive en depresión permanente desde la ´desfeta´ de Gelsenkirchen ante los caballeros germanos de Raúl, y además se me nota. Y no sólo eso, sino que estoy encantado de que se me note, porque soy persona y porque soy del Valencia, lo que en estos momentos viene a significar, más o menos, que uno no tiene demasiadas ganas de levantarse de la cama porque hasta da la impresión de que no amanece cada mañana —los siete días de la semana—. Pero por mucho que se me note la depresión permanente, no significa que no me ría ante un buen chiste o que no lo convierta en una buena cosa que contarles en estos días en que me prodigo menos porque tengo menos que decir. Pues resulta que hubo un tipo que tenía dos calderos llenos de cangrejos los dos. En uno, cangrejos genuinamente españoles. En el otro, cangrejos genuinamente americanos.

Hecho a sí mismo

Nuestro protagonista era un tipo rústico pero sincero, más listo que inteligente y que se había hecho a sí mismo. El personaje en cuestión era lo que se puede decir un hombre de mundo, como aquel que de joven conduce un camión y a los cincuenta años es propietario de una ejemplar empresa familiar de transportes que los hijos se encargan de despedazar cuando la heredan; seguro que todos conocen una historia similar. La cuestión es que al rudo camionero formado en la vida dura del palo diario le encomendaron la difícil misión de que, con sólo una tapadera, no dejara escapar a ninguno de los cangrejos que había en los dos calderos. Y ahí el dilema... «¿en qué caldero coloco la tapa? ¿en el caldero con cangrejos americanos o en el caldero con cangrejos españoles?».

A pensar...

Ya he dicho de nuestro entrañable camionero que apenas fue a la escuela, pero que a listo nadie le ganaba. Tenía una inteligencia emocional fuera de lo común, así que después de mirar y mirar ambos calderos y después de observar la conducta de los los cangrejos americanos y la conducta de los cangrejos españoles, tomó la tapa en una mano, alargó el brazo y la colocó sobre el caldero lleno de cangrejos americanos. «¿Por qué?», le preguntó su interlocutor. «¿Por qué tapas el caldero de cangrejos americanos?». «Muy fácil, querido amigo. Si un cangrejo americano logra salir, saldrán todos en fila india detrás y en la misma dirección. En cambio, si alguno de los incautos cangrejos españoles logra trepar por el caldero, en cuanto esté a punto de alcanzar la libertad, los otros tirarán de él hacia abajo...». Dicho esto, los valencianistas qué somos, ¿cangrejos americanos o españoles? Ale, todo el mundo a pensar. Bona nit i AMUNT! (Busque y compare)