Terminar con una sonrisa la temporada. Sería como la canción de Marea, una sonrisa despeinada de ir en contra de los vientos, pero sonrisa al fin y al cabo. Si me lo dicen hace unos meses no lo creo. Tan es así, que es sonrisa despeinada y hasta forzada. Es casi un paso al frente, una manera de decir, mira Peter Lim, no tienes narices a quitarme las ganas de pensar que la temporada que viene será bonita. No digo que lo vaya a ser, digo que estoy empezando a esforzarme para tener que estar algún día convencido de ello. Y me tengo que esforzar porque no me fío ni un pelo del dueño del Valencia y como a la mayoría, me sobran los motivos para desconfiar. Pero hoy sábado me levantaré pronto, pasearé a mi perro de buena mañana -por cierto, un día de estos les contaré las aventuras de Bruna, una eriza que mi hija recogió abandonado en un parque, es tremenda-, iré a correr un buen rato y volveré a casa ya en modo partido pensando en que aunque no haya nada en juego, a lo mejor lo paso bien viendo jugar al Valencia, como el día del Granada. De hecho, trato de analizarme a mí mismo y me doy cuenta de que por primera vez en un tiempo, tengo ganas de que llegue el partido oye... Puede que en ello influya que se han pasado y para siempre las angustias de ver los puestos de descenso demasiado cerca y que hasta de estar en fadado se cansa uno, pero tengo ganas de ver el fútbol relajado. No confundamos la velocidad con el tocino ni a los Ramones con Pignoise, una cosa es tener ganas de sonreír y mentalizarte de que la temporada que viene puede molar, y otra dejar de exigirle a Peter Lim que haga las cosas bien. Al respecto, yo no pido mucho, me conforme con que deje trabajar. Hoy 0-3...

Más artículos de opinión de Carlos Bosch, aquí.