El viejo nuevo Mestalla no puede evitar clavar sus ojos en Juan que como cada mañana almuerza en una de las terrazas de la Avenida de Suecia. El viejo nuevo Mestalla se desvive por sus duendecillos chillones. Los conoce por su nombre y sabe todo de cada uno de ellos porque escucha sus conversaciones, porque los ve asomar cada día de partido por las calles que hasta él llegan, los ve sufrir y disfrutar, y los ve marcharse enfadados o sonrientes y satisfechos. Sabe qué duendecillo chillón es entusiasta y cuál gruñe sin parar, quiénes exigen siempre más y quiénes apoyan incondicionalmente sea cual sea la situación y pase lo que pase.

En otro mundo

Hoy ve a Juan más absorto en la lectura de SUPERDEPORTE que de costumbre. Su lenguaje corporal le delata y clava sus ojos en el periódico hasta el punto que no es en absoluto consciente de lo que sucede a su alrededor. No se ha dado cuenta de que el camarero ya ha ido dos veces para ver si es el momento de servirle el café y la copa de orujo con hielo. Juan es cliente habitual y no hace falta que lo pida, es suficiente con que Pepe, que tiene el pase en el sector 28, vea que ha terminado con el bocadillo de tortilla de patatas y que apenas le quedan cacaos, para llevarle el café y entonces sí, poder comentar algo de fútbol que no sea de Parejo, porque ya hace tiempo llegaron a la conclusión que mejor no hablar de ese tema ya que es imposible el acuerdo y solo les lleva al enfrentamiento. Pero extrañamente hoy Juan no hace caso, el bocadillo está a medias y él sigue absorto entre las páginas del periódico. «¿Qué narices habrá publicado hoy el tipo ese de la guitarra que tiene a Juan en una especie de mundo paralelo? Si hasta ha pasado Lola como cada mañana, tan feliz a todas horas y llenando de luz todas las sombras, y no ha levantado la cabeza para saludarla... ¿qué demonios hay en esas páginas?» se pregunta.

Poseído por la curiosidad, el viejo nuevo Mestalla fija su mirada en el papel... «El Nou Mestalla cambia de piel. El Valencia muestra la imagen de la que será la nueva casa de los valencianistas, la intención es que esté terminado en 2021...», un latigazo eléctrico recorre el viejo nuevo Mestalla desde la tribuna hasta sillas gol pasando por los sectores cubiertos. Incluso el jardinero que vela por el césped siente el leve movimiento bajo sus pies y levanta la cabeza extrañado y con cierta preocupación después de mirar alrededor sin entender qué está pasando. Y no comprende porqué, de repente, de entre la cubierta de anfiteatro y uno de los laterales de hormigón, junto a las viejas cabinas de radio, brota agua... «¡si hace sol!, ¿por qué demonios la maldita gotera tira agua ahora?» se pregunta mientras sujeta el rastrillo con la mano izquierda y con la derecha trata de tapar el sol que le da en la cara para ver mejor qué sucede. Y sucede que el viejo nuevo Mestalla no ha podido evitar que se le escape una lágrima. Jacinto el jardinero jamás sabrá que lo que él cree gotera del demonio es en realidad fruto del llanto del estadio que con tanto mimo cuida a diario.

Morla y los Ents

El viejo nuevo Mestalla es como Morla, la vetusta tortuga de ´La historia interminable´, o casi mejor, como los árboles sabios y milenarios de ´El señor de los anillos´, los ´Ents´, cuyo cometido es brindar protección y de los que nadie conoce exactamente su edad. Él solo sabe que es el más veterano de los estadios de primera división y tiene que esforzarse por ver qué fecha pone en el periódico... «Viernes 6 de octubre de 2017». Ha hecho cuentas no sin cierto nerviosismo y le quedan cuatro años aproximadamente. «2021, 2021» repite una y otra vez. Y se recuesta en paz mientras recuerda a Kempes galopar con su melena, a Albelda dar órdenes y a Baraja rematar a gol ante el Espanyol como si le fuera la vida en ello y como antes hicieron Fernando y Roberto en aquel histórico minuto. Y por su eterna memoria circulan pases imposibles de Silva y regates eléctricos y elegantes de Aimar. Goles de Mundo y de Villa, carreras de Vicente al tiempo que Cañizares, Sempere y Eizaguirre vuelan a por un balón en busca de la parada imposible. Y Benítez chilla desde el banquillo mientras Lubo Penev da sus primeras patadas a un balón con la camiseta del Valencia el día de su presentación. Ahí está Tendillo saltando y celebrando aquel gol de cabeza ante los altivos jugadores del Real Madrid. Nunca le han gustado ni los del Real Madrid ni los del Barça. El viejo Nuevo Mestalla está ahora como Juan, metido en su mundo mientras Jacinto no encuentra explicación lógica a lo que sucede ante sus narices, «¡la condenada gotera tira agua sin parar!». Ve a Ayala rematar de cabeza y a Ricardo Arias sacar el balón con elegancia, a Castellanos luchar contra los silbidos sin miedo y con personalidad, y a los duendecillos rendidos y en pie ante los emperadores Puchades y Claramunt. Siempre han sido sus favoritos.

Lo que nos queda

Ha decidido disfrutar hasta el final y se promete a sí mismo que no defraudará sean cuantos sean los años que le quedan. El viejo nuevo Mestalla espera que los más locos y chillones de sus duendecillos, los que se ponen detrás de aquella portería, canten y salten hasta el último día porque le dan la vida cuando contagian al resto, y nada le gusta más que sentir como sus duendecillos chillones saltan, ríen, celebran, cantan y se abrazan. Empeñará sus energías en hacerlos felices, en seguir siendo la casa de todos ellos y los seguirá esperando ansioso cada domingo, o sábado o viernes o lunes, que ya le da lo mismo y a los nuevos tiempos se ha adaptado. Está triste pero feliz porque ha entendido lo importante de su legado y lo mucho que le queda por hacer, por eso ahora mira serenamente sus vitrinas y enumera orgulloso todas las copas que en ellas hay, son suyas, son su tesoro que guarda para la eternidad... PD: Si la próxima vez que vas al viejo nuevo Mestalla luce el sol pero hay alguna gotera, ya sabes, es él, que llora de felicidad y saborea tu presencia como si fuera la primera vez, temeroso de que sea la última. Por favor, no le falles.

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