Cuando el año 2011 tocaba a su fin, el valencianismo tuvo conocimiento, de que uno de sus empleados (presidente por unos días) decía adiós a sus labores tras ejecutar una cláusula de indemnización, por valor de 1´2 millones de euros, de acuerdo con todas las informaciones publicadas y no desmentidas. ¿Por qué se despide, justamente, ahora? El VCF no está para desprenderse de talentos.

Empresa privada

El Valencia, como sociedad anónima deportiva con ánimo de lucro, está en su derecho de pagar a Javier Gómez la indemnización que estime oportuna. A mí me da igual que le ingrese en su cuenta corriente un euro o un millón. Así es como funcionan las empresas privadas. Los accionistas son los que tienen el derecho y la potestad de aprobar o suspender este tipo de prácticas. Sin embargo, el Valencia no se rige en exclusiva por las leyes de la empresa privada. Se empieza porque el capital mayoritario está en poder de una Fundación, controlada desde el propio club, tras conseguir el dinero a través de una entidad financiera regida por políticos y que ha precisado de dinero público. El Valencia, además, es beneficiado por la generosidad del Ayuntamiento de la capital del Turia pues, de lo contrario, ¿cómo puede construir un estadio en un solar que aún no es de su propiedad? Un terreno al que tuvo acceso por la práctica de la compensación. ¿Dónde están las propiedades entregadas por el Valencia CF SAD a la ciudad? Se podría seguir enumerando una serie de circunstancias deportivo-políticas-económicas que marcan el quehacer del club, se mueve en el secretismo, en los últimos meses. ¿Qué siente la alcaldesa Rita Barberá cuando recibe en su despacho a Manuel Llorente, que acude en busca de su legítima ayuda y retribuye a un empleado de un modo tan suculento? Claro, antes él se benefició del desmanotado Juan Soler.

Utilización del club

El Valencia, desde su transformación en sociedad anónima, no ha conseguido enderezar su situación económica y la mejora de los balances. Cuando se han producido, fue casi siempre la consecuencia de la venta de patrimonio. En cambio, muchos de los consejeros que tuvo vieron mejorada su situación económica a través del Valencia. En unos casos por disponer de unos emolumentos elevados y en otros por la especulación realizada, la ley del mercado, en la compra y venta de las acciones. En su momento, todas las críticas se centraron en el presidente Paco Roig pero a decir verdad, los que lo censuraron, desde el mismo valencianismo, después siguieron sus pasos. De todo el trasiego de acciones que ha vivido esta sociedad deportiva, en los últimos 16 años y tras su constitución, no ha quedado ni un euro en la caja del Valencia. Todo ha ido al legítimo bolsillo de particulares, en algunos casos, tras el oportuno paso por la correspondiente mercantil. Resulta cómico que los que dicen amar al Valencia y se rasgan las vestiduras, cuando se cuestiona cualquier circunstancia del club, han sido los que lo han utilizado como vía lucrativa.

La grada del mar

Después de llevar más de 35 años en contacto con el deporte profesional, con el fútbol en particular, lo único que me produce, salvo puntuales excepciones, admiración es el comportamiento de los aficionados. De esas personas sencillas, sin afán de protagonismo y con declarado sentimiento por sus colores, que son capaces de ocupar uno de los incómodos asientos de la grada del Mar de Mestalla. Desde allí arriba observan a sus ídolos en miniatura; se mojan cuando llueve y pasan frío o calor según la estación del año. Por lo general, son personas que sacrifican una parte de su paga extraordinaria para comprar el abono y apoyar a su equipo. Siempre están al lado del club, pase lo que pase, y se cabrean de lo lindo cuando se juega mal y, sobre todo, si se pierde. ¿Qué pensará esta buena gente al saber que un empleado se lleva de compensación 1.200.000 euros? Y menos mal que les ponen autobuses, para traerlos a Mestalla, con el deseo de que alimenten el espectáculo.