El equipo del Valencia CF y su entrenador Unai Emery siguen causando descontento en las gradas de Mestalla. Las últimas actuaciones, ante sus seguidores, frente al PSV (4-2) y Mallorca (2-2), han provocado malestar. Un club que reúne todos los ingredientes para ser feliz vive en la tristeza por lo insípido de su juego.

Base para triunfar

El Valencia CF, por historia y tradición, dispone de las bases necesarias para triunfar. Goza de un amplio y consolidado respaldo social que se traduce en una afición fiel, constante y generosa. La buena proyección nacional e internacional le sirve para conseguir impactos publicitarios que se convierten en generadores de riqueza. En el aspecto político tampoco se puede quejar. Los poderes de la ciudad, a los que más tarde se unieron los de la Comunitat, están a su lado. Las operaciones financieras que le han permitido sobrevivir a una deuda de más de 500 millones de euros no se hubiesen podido realizar si detrás de las mismas no estuviese el poder político. Los responsables públicos temen enfrentarse al VCF, por su respaldo social, y los diversos dirigentes que han venido gestionando al club son conscientes de ello y, en líneas generales, han sabido moverse, están en su derecho, para lograr que la soga de la deuda no estrangulase a la sociedad deportiva con ánimo de lucro aunque no llegue a repartir dividendos.

Infelicidad

Todo está a favor del Valencia, sin embargo el valencianismo se encuentra triste y no termina de alcanzar un óptimo grado de felicidad. Esto aunque parezca anecdótico resulta de extrema gravedad: el fútbol es ilusión. Cuando se pierde, los estados de ánimo de la masa arrasan con todo lo que se cruza en su camino. Quizá, el desasosiego se está cimentando en las pocas sensaciones que transmite el equipo, a pesar de encontrarse en la tercera posición. Otra causa es que en los últimos cuatro años no tiene aún claro a qué juega su equipo al convertirse en un engranaje difícil de entender, capaz de lo mejor y de lo peor en el transcurso de un mismo encuentro. Se inquieta porque la distancia con el Madrid (26 puntos) y Barcelona (16) es cada vez más amplia y sin recursos para acortarla. A la afición le enfada perder casi siempre con el Madrid y el Barcelona. Además, suele ser por goleada, con muy poco margen para la justificación. Y los partidos ante conjuntos inferiores se ganan pero sin disfrutar y con riesgo de petardazo como ya ha sucedido.

Mensaje agotado

Si en los momentos de felicidad todos se suben a la grupa del caballo campeón, ahora todos deben asumir su cota de responsabilidad. Prender fuego, a la figura del entrenador, en la hoguera pública no sólo es injusto sino un claro signo de cobardía. Los responsables de esta situación amorfa, por la que atraviesa el Valencia, son sus dirigentes, técnicos y jugadores, es decir, el colectivo. La sensación que se percibe es que el mensaje de los últimos tres años está agotado. El cambio de entrenador, con independencia de su buen trabajo, es ya una urgencia. En exigencia se ha convertido la necesaria remodelación de la plantilla. Hay jugadores que perciben salarios de elite pero, en el momento de la verdad, no son competitivos. Y el tercer cambio tendría que afectar al Consejo de Administración. La figura del presidente es impuesta y protegida por una bien pagada corte de aduladores, en consecuencia, cada vez más alejada de la afición por su dificultad para conectar con la misma. En ocasiones, abrir las ventanas no es sólo aconsejable sino muy saludable. Las decisiones impuestas gustan al que se beneficia de ellas, pero no suelen ser las más adecuadas. Y lo curioso es que se percibe el sinsabor siendo terceros en la clasificación o líderes de la ´otra Liga´. Valencia CF, SAD, ¿qué te pasa?