El mundo es de las matemáticas. El fútbol también. Sirven para mostrar tendencias. Por eso, desde hace tiempo ya venía advirtiendo lo que hoy es una realidad más que palpable: el callejón sin salida en el que se encuentra el Valencia debido a un cúmulo de circunstancias que han complicado y mucho que se cumplan siquiera los objetivos mínimos marcados a principios de temporada. Los números del equipo en esta segunda vuelta invitan al pesimismo y son directamente consecuencia de las limitaciones que esta plantilla tiene. Es lo que hay y no queda otra que sufrir.

Estadística desoladora

La tendencia es claramente a la baja. Sólo tres victorias en la segunda vuelta. Cuatro empates y otras tantas derrotas. Los mismos goles marcados que encajados —diecisiete en once partido —. Y una segunda estadística demoledora: veintidós puntos perdidos a lo largo del campeonato en partidos que el Valencia marcó primero. A los de Emery puede faltarles oficio en momentos puntuales. También algo más de ambición en otros. Pero detrás de todo esto se esconde un deficiente trabajo táctico y una evidente incapacidad del cuerpo técnico para adaptarse a lo que tiene. A todos nos gustaría jugar como el Barça, pero la realidad es otra.

Ausencias notables

Mestalla se ha convertido en un chollo para los visitantes. Miedos escénicos aparte, es evidente que al Valencia le cuesta un mundo meterle mano al rival. Ausentes Banega y Canales, no hay creación en el mediocampo. A ello unamos el empequeñecido abanico de recursos en ataque ante la salida de jugadores como Mata o Joaquín que, por mucho que se quiera ocultar, no han sido convenientemente sustituidos. Contra el Levante, por ejemplo, un centro en condiciones y una jugada clarividente entre líneas como bagaje ofensivo durante noventa minutos.

Ser prácticos

El gran déficit, por tanto, de Emery durante todos estos años que lleva aquí ha sido no saber o no querer acoplarse a lo que tenía. Cuanto más se ha empobrecido la plantilla más clara ha quedado la ausencia de la versatilidad suficiente como para aparcar sus ideales futbolísticos, bajar los pies a la tierra y construir un equipo realista, que fuera consciente de sus limitaciones, pero al mismo tiempo capaz de explotar sus virtudes por pocas que tenga. Este Valencia tiene mimbres para jugar juntito, sacrificándose mucho en defensa y practicando el contragolpe. Desgraciadamente, son conceptos que no están en el manual de Unai porque directamente los aborrece. Así que, cualquiera nos saca los colores, ya que no somos otra cosa que la reencarnación futbolística de Dédalo e Ícaro.

Penitencia

Ahora que estamos en Semana Santa, dos pecados lleva Manuel Llorente en la penitencia. El primero, haber renovado a Unai Emery cuando la gente a la que se supone paga porque le asesoren en todo lo relacionado con la parcela deportiva le aconsejó lo contrario. El segundo y capital, no haber sido franco con la afición y haberle hecho creer que esta temporada sería mejor que las anteriores porque había plantilla para ello. A dos meses para terminar, estamos a treinta puntos del líder y, lo que es peor, la tercera plaza se antoja complicada porque nos hemos diluido como un azucarillo en la vulgaridad que lucha por repartirse las migajas que dejan Real Madrid y Barcelona. Sería aconsejable pues, para básicamente evitar tanta frustración entre el valencianismo, que el próximo curso se empiece por algo tan sencillo como poner los pies en la tierra y dejar de vender milongas al personal. Seguro que nos va mejor.