Me consta que el presidente es consciente también de esto y por ello se han abordado iniciativas que no han tenido el éxito esperado. No hay que desestimar como motivos la nefasta coyuntura económica ni la crisis de La Liga, que de la mano de la LFP va de cabeza hacia el duopolio y los estadios vacíos, al tiempo que sucede todo lo contrario en la Premier, la Bundesliga, el Calcio o la Ligue 1.

Llenar Orriols requería ir en dos direcciones, al unísono: por una parte había que crear incentivos puntuales que mejoraran el aspecto de la grada semana a semana y año a año. En este sentido que el mejor Llevant de la historia haya alcanzado, con los pases más económicos de Primera, una masa de 16.000 socios -y una asistencia media de unas 14.000 personas- no parece un gran logro, aunque podría ser el principio de un camino. La reactivación del levantinismo exigía, también, un esfuerzo de fidelización de los nuevos levantinos, evitar el fenómeno de aluvión puntual, al socaire de los éxitos de los últimos años. Y aquí está el quid. El Llevant no ha creído en un área social amplia y profesionalizada que atraiga, cuide y mime a socios y seguidores, que les transmita la singularidad histórica de ser levantino, que haga crecer día a día los vínculos entre club e hincha, que sustituya, en definitiva, la natural transmisión generacional que se truncó tras décadas transitando las cloacas de nuestro fútbol. El club ha desaprovechado hasta la fecha el vasto legado que, desde diversos sectores del levantinismo, se ha puesto a su disposición para ofrecerle un armazón simbólico e identitario que reforzara la conexión de los nuevos levantinos con su club. El potencial literario, cultural, histórico y sentimental del Llevant UD se ha infravalorado en la mejor coyuntura de este siglo de historia, cuando podía haberse dado un salto exponencial.

Este fracaso, visible en general, quedó visualmente retratado ante Osasuna, con miles de personas abandonando las gradas tras el 0-1. Más allá de las decepciones por la falta de acierto y precisión del equipo y por las discutibles decisiones del míster, es evidente que unos y otro se han ganado con creces un alto crédito de confianza. Sin embargo algunos levantinistas -entre los que me incluyo- constatamos el lunes, con pena y tristeza, que, tras 4 años de ensueño, si llegase una debacle y el Llevant descendiera a 2ª división, volveríamos a ser 3.000 personas en las gradas. Chino-chano, los 3.000 que aguantaron en sus asientos tras el 0-1, tras el 0-2; los mismos que ovacionaron en pie al equipo derrotado y corearon su nombre.

Ser del Llevant es, sobre todo, eso: saber de dónde venimos y valorar lo que tenemos, sin reacciones bipolares que pululan del triunfalismo a la catástrofe. Los levantinos -los de toda la vida y los que han decidido «fidelizarse» motu proprio- no hemos olvidado la ingente cantidad de veces que hemos salidos de Orriols cabizbajos. Por eso nos avergüenza la reacción de buena parte de la grada el lunes pasado. Y sin embargo era algo previsible. Unos cuantos llevamos años predicando en el desierto que este club necesita crecer y consolidarse socialmente justo en este momento. Porque tal vez no vuelva a tener otra ocasión como esta. Sin embargo el discurso cae en saco vacío. Otros clubes -como el mismo Osasuna- ha sido capaz de asentar una masa social estable y militante que le ha permitido estar 26 de las últimas 32 temporadas en 1ª desde que el club dio un giro histórico con el ascenso de 1980-81.

No me gusta un pelo cómo se están haciendo algunas cosas desde hace tiempo en los despachos de Orriols. Especialmente me desagrada la ausencia absoluta de autocrítica dentro del propio club. Y más teniendo en cuenta que, en general, se hacen oídos sordos a las críticas constructivas que llegan desde fuera. Tampoco me gusta el abismo creciente que se está creando entre «dentro» y «fuera». Sin embargo, al margen de chascos puntuales, el Llevant está haciendo otra campaña memorable: en octavos de final de la Europa League, aspira aún a conseguir plaza europea de nuevo. Aunque se prevé que este año la clasificación estará más cara, el Llevant, si gana en Mestalla -victoria o victoria-, solo llevaría un punto menos que en la temporada anterior.

La semana ha sido convulsa por el afer Martins, pero es momento de cerrar filas, de estrechar los lazos entre todos los sectores del levantinismo porque, a pesar de todos los aspectos mejorables de nuestro club, de cada uno de nosotros depende que la magia siga fluyendo. Y el escenario ´merengot´ es inmejorable para trazar un imborrable punto y aparte. En cualquier caso, pase lo que pase, el club debe recapacitar y entender que aun está a tiempo de cambiar de dinámica, de trabajar a medio y largo plazo para que otro Llevant sea posible, uno en el que no quepan episodios como el de Osasuna. Nuestro futuro depende de ello mucho más de lo que nosotros creemos.