En el mes de noviembre de 1963, el Supergranota vivía sus 17 años intensamente con los partidos iniciales del Levante en Primera División. Estudiaba en la Facultad un curso que se llamaba ´Selectivo´, al que nunca se adaptó porque recién salido del colegio se dedicó a descubrir mundos que desconocía. El de los Billares Colón, en la calle de Ribera, a los que iba con dos alumnos seminaristas a los que daba clases particulares de física y química. El del Canódromo Avenida, donde se jugaba algunos cuartos a los galgos. El de los cines valencianos, a los que acudía casi todos los días. El de los amoríos, recibiendo calabazas de su primer amor no correspondido, una guapa chica llamada Boisa, y enamorando luego a nuevas chicas. El de las amistades fuera del colegio, como la de un buen vecino de nombre Agustín y la de Domínguez ´el galgo de Vallejo´, con los que fue a aprender inglés en el Instituto Británico.

Al fútbol iba con su padre. En esa temporada en Primera se sentaban juntos en unos asientos de tribuna que habían pasado a una categoría superior y parecían mejores sin haberlos mejorado. La tarde del 10 de noviembre, a las 15:45, ya que no había luz artificial, comenzó el partido entre el Levante y el Barça. El equipo granota, entrenado por Quique y Balaguer, andaba dando sorpresas con resultados como los dos 4-4 de Sarriá y La Romareda. Los culés alinearon el equipo de gala, con jugadores de la talla de Pesudo; Fusté, Pereda, Re y Kocsis. Verlos en su querido campo le infundió un tremendo respeto al Supergranota. Y ocurrió lo siguiente, relatado en el capítulo que le dedicó en sus ´Memorias de un granota´: «Confiábamos en el Levante, en su indomable espíritu de lucha, pero cuando a quince minutos del inicio el Barcelona ya ganaba cero a tres, se nos vino el mundo a los pies». El pequeño delantero paraguayo Re, por dos veces, y Kocsis marcaron los tres goles con relativa facilidad. «Nos van a endosar una goleada de escándalo», comentó un vecino de localidad. Pero no le respondimos. Miramos a Ernesto Domínguez, el ´10´ levantinista, nos dimos cuenta de cómo animaba a sus compañeros y pensamos «esto no está acabado, tenemos vida». Fue pensarlo y marcar Currucale el primer gol del Levante. Nos vinimos arriba unos momentos pero el inmediato cuarto gol del Barcelona, obra de Pereda, colocaba el uno a cuatro en el marcador a la media hora de juego y volvía a desanimarnos. Queriendo encontrar esperanzas volvimos a fijarnos en Domínguez. Le conocíamos bien y comprobamos que no se rendía. Siguió repartiendo balones a los extremos, se erigió en el amo del centro del campo, se echó el equipo a la espalda, y en menos que canta un gallo marcó un gol, dio otro a Vall, y el marcador reflejó un increíble tres a cuatro al final de la primera parte. Nada más comenzar la segunda, el pequeño interior Pepín, un media punta habilidoso que vino del San Fernando, obtenía de cabeza la igualada a cuatro. Vallejo se convirtió en ese momento en una fiesta extraordinaria.

La gente no sabía si reír o llorar. Por todos lados se veían abrazos, por todos lados se repetía «Mare de Deu, ¡quin partit!». Después la victoria coqueteó unos minutos con los levantinistas. Domínguez continuó ejerciendo de rey en el centro del campo y sus compañeros, especialmente el interior derecho Juliá, le secundaron con acierto. Pero cuando más cerca veíamos el triunfo Alustiza, un experto central con varias temporadas en el Zaragoza, tuvo un fallo garrafal y permitió que Olivella, defensa del Barcelona que estaba de delantero por andar medio lesionado y no haber cambios entonces, le robara la cartera y en colaboración con Re lograra el quinto gol culé. Hasta el final ya no se volvió a modificar el marcador. Acabó el encuentro con el cuatro a cinco a favor del Barcelona. Pero nadie se movió de su sitio. Todos los aficionados se esperaron para dar una fuerte ovación a los jugadores levantinistas. Así lo hicieron y a pesar de la derrota salieron de Vallejo con cara de satisfacción. Sabían, eran conscientes, de que probablemente habían visto el «mejor partido» de su vida.

El sábado pasado, volviendo a casa el Supergranota (jubilado, con 67 años, esposa, hijos y nietos), recordó aquel partido y pensó que desde entonces, medio siglo después, nunca había vuelto a salir del campo levantinista tan satisfecho a pesar de la derrota. Porque la segunda parte que el Levante realizó ante el Real Madrid fue digna de enmarcar también en la memoria con todos los honores. En ella los hombres de Caparrós, desde Keylor Navas a Rubén García, dieron una lección de pundonor y clase difícil de superar ante un poderoso rival al que batieron dos veces con dos estupendos goles pero que no se rindió y ganó con suerte al final. Constituyó un espléndido ejemplo de fútbol espectacular por parte del Levante que llegó a dejar como equipo muy satisfecha a su afición, más incluso que el día de la victoria ante el mismo Real Madrid dos años atrás.