Hace algunas semanas, escribía sobre lo que opinaban clubes, jugadores y ligas respecto de jugar en Qatar con más de cuarenta grados. Sigue estando sobre el tapete si se jugará en invierno o no, o si se pondrá aire acondicionado en estadios cerrados. Lo que sí está claro es que se jugará en el emirato, salvo catástrofe.

Y, justamente hablando de eso, en los últimos días han saltado diversas noticias, con reportaje en televisiones y periódicos ingleses y franceses, sobre todo, sobre la muerte, cada año y desde hace varios, de centenares de trabajadores del sudeste asiático, quienes están siendo empleados como mano de obra por los qataríes, para finalizar en tiempo esos templos del frío que pretende FIFA, para evitar que se asen los jugadores y los espectadores. Si bien es cierto que aun no se ha puesto en marcha la construcción en si misma de los estadios, las necesidades colaterales, como líneas de metro, accesos a los estadios, planificación y toda la parafernalia que conlleva un Mundial, ya se está construyendo desde que se otorgó éste a Qatar.

La cuestión no es baladí, porque se alzan voces ya no de deportistas o clubes sino de personajes públicos pidiendo que se retire, sin más, el mundial a los qataríes. En efecto, incluso la organización mundial del trabajo se está planteando investigar lo que parece ya una evidencia.

Así, se trabaja de sol a sol, sin bromas, de doce a catorce horas diarias, con picos de cincuenta grados y sin la protección adecuada, con el fin de tener listo todo, aunque falten aún más de ocho años para el inicio del Mundial FIFA. Los salarios bajos, de entre 200 y 400 euros como máximo, el hacinamiento de personas en pequeñas habitaciones, la falta de libertad sindical y la especificidad legal, como veremos después, de la relación laboral, no parece ser bienvenida en los foros internacionales.

Los indonesios, indios, bengalíes, nepaleses y otros trabajadores no tienen una seguridad a la que está acostumbrado el occidental. Nada de quejas o el pasaporte puede desaparecer o la autorización de trabajo ser retirada. Obvio es decir que no hay nada nuevo bajo el sol y que las situaciones de estos trabajadores no difieren ni de lo que ya existía en Qatar antes del otorgamiento del Mundial ni tampoco de lo que se estila en otros Estados del golfo.

Sin embargo, ahora el fútbol y su acontecimiento mayor hacen que todos los focos se centren sobre Qatar, que no tiene más remedio que ser visionado por todos ya que el Mundial atrae, desde ya, todas las miradas. ¿Qué hace y qué hará FIFA en este caso? De momento, su Presidente Joseph Blatter ha dado su pésame sobre los fallecidos trabajadores, sin entrar en las condiciones de su labor ni si eran o no adecuadas y, por supuesto, sin manifestar nada respecto de cualquier posibilidad de quitarle su caramelo futbolístico al emirato.

Y ¿qué hay de los qataríes? Sintiéndose presa de un miedo a que el Mundial pudiera no serles finalmente otorgado, se han apresurado a reconocer las muertes como abusos de algunos empresarios sin cabeza y sin corazón pero no a que existe remotamente algo parecido a la esclavitud. Es cierto que no la hay, en el sentido que tenemos de la misma: los trabajadores cobran por su trabajo e incluso tienen un día de descanso. El problema que subyace es, sin embargo, mucho más profundo y no es otro que el sistema de atadura del trabajador a su empleador o, como se denomina allá, a su esponsor, que es quien le ha dado la posibilidad de entrar con un permiso de trabajo. Eso permite al empleador tener un control sobre su empleado, la llamada kafala y que impide que el trabajador pueda incluso cambiar de trabajo si le ofrecen una mejoría salarial. Esa manumisión es la que se quiere emparentar con la esclavitud.

Se ha abierto, ante el escándalo, un poco la mano, con la creación de un sindicato casi vertical, como en las mejores épocas del régimen franquista y con la entrada en escena de más inspectores de trabajo que van a tratar de que no se vea lo que es obvio, más que perseguirlo, como un a modo de prevención ante la presión social internacional ´occidental´.

Así las cosas, y con aún muchos años por delante, el dilema sigue existiendo para Qatar 2022, pero no ya solo desde el punto de vista del fútbol y de sus participantes y espectadores, con el calor que se sufrirá, sino también con la eclosión de otras voces discrepantes que ven al fútbol, un deporte apto para todos „ de ahí su reconocimiento global„ y el que más se practica en el mundo, como algo que debería ser una apertura y no una ayuda a sistemas no democráticos.

Pero, ¿y si justamente permitiendo que el fútbol sea la punta de lanza de un Gran Hermano que vigila, se pudiera obtener mejorías en el emirato? Esa es la cuestión y creo que, pensándolo bien, quizá sea bueno que Qatar tenga su Mundial, siempre y cuando siga vigilándose y que la meta del 2022 sirva para mejorar la vida de sus trabajadores y haga que una ´mini-primavera qatarí´ llegue por medio del deporte rey. Así, el fútbol habrá cumplido otra función social y no de las menores.