Tarde para olvidar la de ayer en Villarreal y ya van unas cuantas. El Valencia volvió a ser ese equipo mediocre y despersonalizado, capacitado ya sólo para pugnarle los puntos a sus iguales de la zona deprimida de la clasificación. En cada ocasión que enfrenta a alguien con aspiraciones que van más allá de la mera subsistencia se ve retratado, condenado a la intrascendencia y devuelto al callejón de salida. Lo peor de lo sucedido en el Madrigal no tiene ni siquiera que ver con el resultado sino con el rival que fue capaz de golearle a placer. Un Villarreal con la calidad comprada a cuentagotas, a años luz de aquel temible Submarino que fue, tuvo más que suficiente con unos cuantos zarpazos para llevarse de calle un partido en el que el Valencia apenas compareció.

La degradación

Pocos ejercicios comparativos retratan a día de hoy con mayor crueldad la progresiva pauperización de nuestra Liga que el simulacro de fútbol que nos ofrecieron Villarreal y Valencia. Clubes que no hace mucho gobernaban con mano de hierro en Europa y lucían en sus onces figuras de orden mundial se conforman ahora con casi cualquier cosa y presumen de fichajes que entonces no hubieran sido más que relleno. La rivalidad, que entonces tenía el aderezo del buen fútbol, hoy apenas pasa del mero formalismo. Con el añadido de que quien más, quien menos, en Valencia el personal intuía que algo así podía suceder. Aunque quizás no tan rápido. En veinte minutos los locales habían finiquitado el partido con una facilidad pasmosa. Cooperador necesario, esta vez, un hilarante ejercicio defensivo visitante, que permitió que los amarillos camparan a sus anchas en esa zona donde se supone que no sirven las veleidades. Ayer no se salvó nadie en defensa, ni siquiera un Guaita que, como el equipo en su conjunto, no se acerca ni a la sombra de lo que hemos visto que puede llegar a ser. Sin tener que recurrir a la filigrana, el Villarreal desarbolaba tan pronto por un lado como por el otro. Los de amarillo llegaban siempre antes, saltaban más alto y estiraban más la pierna, como si allí el único interesado en ganar hubiese sido el equipo local. Por encima de todos, Bruno. Viéndolo sobre el campo más de uno ya ha entendido por qué aquí no solemos detenernos en alabar el papel de Fuego. Una cosa es estorbar al rival y otra muy distinta jugar bien al fútbol.

Triste Banega

Con el partido encarrilado, los de Marcelino regresaron a la calma. Se tomaron la libertad de fallar un penalti y, convencidos de que aquella gente que capitanea Banega no le marca un gol al arco iris, se pusieron ya a pensar en el partido siguiente. Por el Valencia lo intentaba Fede, tan lleno de entusiasmo como falto de desborde „y sin eso, nos tememos, no vamos a salir de pobres„, y un Canales que sigue sin encontrar ni el sitio ni al socio ideal. Naufragó Banega como lleva haciéndolo desde que empezó la temporada, aunque acaso lo de ayer fue aún más obvio. Tanto que su entrenador decidió retirarlo al poco de la reanudación en un ejercicio de temeridad que consideramos exclusivo de los genios como Djukic. El día que decida sentarlo de inicio en el banquillo es probable que no podamos siquiera regocijarnos porque acto seguido se acabará el mundo. Y Pabón hizo de nueve. O más bien de treinta y siete, que es el número que debería lucir en la camiseta si nos atenemos a su rendimiento. Gozó de un remate de cabeza franco ante el portero del Villarreal y le mandó un telegrama con antelación para avisar que se la mandaba a las manos. Alcácer, en su casa, porque no tenemos noticias de que fuera de esos valientes que, en esta coyuntura, se internó en la jaula del Madrigal a gritar eso de «vamos mi Valencia, vamos campeón».

El humorista

Hablando de lo cual, y a falta de que empecemos a descubrir alguna pista que nos indique que el Valencia fichó en junio a un gran entrenador, sí que hemos certificado esta semana que, como mínimo, en Djukic tenemos un excelente humorista. «Prefiero ganar un título a entrar en Champions», dijo. Que es como si yo declaro que, a lomos de mi cortador de césped, prefiero ganar un Gran Premio de Fórmula Uno antes que quedar tercero en el rally Paris-Dakar. Aunque supongo que a su presidente le hizo más gracia ese comentario que presenciar en directo la actuación de los delanteros que él fichó: Pabón y Postiga, y del delantero que él no quiso fichar: Giovani. Porque si la victoria tiene muchos padres y la derrota no tiene más que uno, nos tememos que en este caso el responsable último de que al Valencia lo esté entrenando Djukic y disponga de dos delanteros recién fichados que en diez jornadas no le han dado a su equipo un solo punto no es otro que el señor Salvo ¿De verdad no hay nadie por ahí dispuesto a comprar de una vez esas acciones?