Derrota inapelable de un Valencia contemplativo ante un Deportivo que le puso bastante más empeño que su rival. Resumen de un partido para olvidar, de aquellos con los que tan a menudo nos torturaba el Valencia emeriano y que, desde esa inocencia que nunca nos abandonará, creíamos haber dejado atrás. La Liga del tres a cero a favor se ha terminado. El Valencia ya no va a sorprender a nadie porque todos los rivales saben de sus temibles armas. Para ganar habrá que correr lo mismo que el rival y demostrar cada domingo que lo del partido a partido no es una mera frase hecha. Ayer lo fue.

El primer tiempo del Valencia fue paupérrimo. La presión, santo y seña de este equipo, no fue ni alta, ni media, ni baja. Simplemente no existió. Cada balón por arriba lo ganaban los locales. Cada pelota dividida acababa a pies de un futbolista blanquiazul. En cada sprint los visitantes quedaban en evidencia, como si tanta alabanza al preparador físico de Nuno no fuera más que humo japonés. Por si eso fuera poco, el equipo mantuvo sus líneas tan alejadas que alcanzar la meta rival se convirtió en una quimera y el centro del campo en un enorme boquete por el que los chicos de un exultante Víctor Fernández camparon a sus anchas. Como en sus peores noches, y las ha habido muchas estos años, el Valencia convirtió a un rival muy menor en un aspirante a Champions League y a un grupo de futbolistas desconocidos en auténticos fenómenos.

Asumido que hay días en que todo te sale mal, algo aplicable igual a nivel personal que colectivo, lo que diferencia a un serio aspirante a todo de un mero intruso ocasional es la capacidad para amarrar los partidos. Y no hace falta que insistamos en ejemplos que todos tenemos en la cabeza. Y ahí también falló el Valencia de forma calamitosa. En el disparadero, dos hombres. El uno Yoel, que asistió pasivo al delirante primer gol del Deportivo para, al poco, abrirle una autopista hacia las mallas al autor del segundo, que fue a reunirse con su público sin creerse la suerte que había tenido. Todo debut acarrea cierto grado de disculpa, pero su colocación en esa acción, tapando el objetivo de la cámara del fotógrafo de Superdeporte que andaba a veinte metros del centro de la portería, no augura nada bueno. El otro señalado, Mustafi. Su impericia en los dos goles que hundieron al equipo fue impropia de un tipo que ha vestido la camiseta de Alemania. Por nada, Vezo pasó del terreno de juego al banquillo. Tras lo de ayer, es de esperar que el chico portugués vuelva al lugar que nunca mereció abandonar.

El resto del equipo tampoco anduvo bien, salvo Otamendi, claro, que parece proceder de otro planeta y no conoce de respiros ni concesiones al rival. Se notó en demasía la baja de Gomes y se volvió a demostrar que Piatti es poco más que ese capricho que se da todo entrenador para demostrar al mundo que quien manda es él. Cómo sería la cosa que hasta Gayà, que siempre lo hace bien, se perdió entre la muchedumbre. La mano de Nuno al descanso se notó algo, pero el champán se quedó sin gas en apenas quince minutos de quiero algo más y no acabo de poder. Feghouli demostró que no nos va a sacar de pobres -nunca lo ha hecho- y el canterano Carles Gil que merece, al menos, disponer de los mismos minutos de Piatti para demostrar si vale o no para este club. Y el Depor acabó dándose un festival de los que no conocían en Galicia desde los tiempos de Arsenio Iglesias.