El fútbol sustituyó a las guerras en el mundo civilizado. A medida que el ser humano gana calidad de vida, se tranquiliza y se preocupa más en hacer el amor que en dar por saco. Por ejemplo, la luz eléctrica fue un gran avance en la convivencia social. Antes, cuando había que ir con velas y a las cinco de la tarde todo estaba oscuro, el hombre se aburría. Y si te aburres se te ocurren maldades: orinar en los geranios del vecino, comerte sus mandarinas, escuchar tras las paredes... discutir por vocación. Con la televisión se amansan las fieras, incluso el aparato emite una sonda casi imperceptible que te abotarga, y si te pones una mantita te facilita la cabezada. Los ordenadores, las playesteisions y los esmartfones contribuyen al apaciguamiento de las masas para que no se solivianten. Como dirían en tiempos de Nerón, ¡panem et circenses!

Manual

En Roma ya iba la peña a gritar y a darse mamporros al Circo ataviada con los colores de sus equipos, azules, rojos, etc. El deporte de masas siempre existió. Cuando la gente tiene un cierto nivel de vida y todos tenemos opción de disponer de ciertas comodidades, podemos pasar lustros sin hablar de violencia en el deporte. Pero en crisis es distinto. El fútbol no es sólo un deporte, es un espectáculo de masas y con frecuencia actúa como correa de transmisión de las frustraciones de los asistentes. Es el reflejo convexo de la sociedad. La gente hoy en día tiene muchos problemas y eso, unido en algunos casos a la falta de cultura y educación adecuadas, puede provocar el desmadre. La LFP está preparando un manual de buenas conductas. Pero a la hora de prohibir, convendría distinguir a los ultras más violentos de los aficionados normales que van con su bocata y su hijo al estadio.

England

La violencia puede cargarse un deporte. Los ingleses dieron una vuelta de tuerca a su First Division tras las tragedias de Heysel y de Hillsborough. Ello, sumado al informe Taylor, cinco años fuera de competiciones internacionales y suculentos contratos de televisión, conllevó que se sustituyera el fútbol de barro y sangre por el de tapete y limpieza. A veces echo de menos la estética y la épica del lodo, pero hay que reconocer que ir a un partido de Premier es una experiencia inolvidable. Quizá sería conveniente observar qué han hecho los ingleses y cómo. He podido vivirlo in situ varias veces. Los partidos se juegan a nuestra hora de comer. Los padres van acompañados de sus hijos con toda tranquilidad. Antes de llegar al estadio está la zona de final de acceso de alcohol y se respeta por todos. Los policías, desarmados, se muestran amables (ellos también fueron reeducados, como los hooligans) y serviciales, a pie o subidos en unos caballos que no son como los ibéricos, son búfalos.

El problema

Se va al estadio con alegría y regocijo, como antaño a misa. Cantan, ven buen fútbol y regresan a sus casas en transporte público. No todo es jauja, claro. De camino beben cervezas como tú comes pipas, a lo bestia. Los precios no son los de hace décadas. Se ha convertido en un deporte elitista y no siempre las clases bajas, que eran las fieles, se pueden permitir acceder a los estadios. Aquí, Tebas, cual desfacedor de entuertos, empuja una remodelación de costumbres en las gradas a raíz de la última desgracia. Que quede claro: tolerancia cero para los violentos. Control exhaustivo de cánticos racistas y xenófobos o exhibición de símbolos ilegales. Cuidadito que no se juega con tonterías. Ahora bien, la ley ya existía. Pero como se transmite la sensación de que puede haber existido cierta connivencia y tratos de favor a quien no se debía, quizá el problema, más que de regulación, podría estar en no haberse ejercido el control adecuado para el cumplimiento de la ley.

Prohibir vs educar

En este país somos más papistas que el Papa. Pasamos con frecuencia del todo a la nada y se normativizan los usos y costumbres para ponernos medallas. Al fútbol se va a desahogarse y cumple una función social. Un deporte de villanos seguido por gente de todas las clase sociales. Antaño en el campo llovían naranjas en partidos de máxima tensión y había vallas como si fuera un zoo. Quiero pensar que vamos a mejor. El fútbol no debe tener espacio para la violencia, pero tampoco es la Ópera. Nunca cerré un negocio de trabajo mientras jugaba al fútbol, para eso está el golf. Nunca se halaga al rival, para eso está el tenis. Aquí puedes decir algún improperio porque en casa o en el curro estás hasta el gorro y te sirve de desahogo. No hay que confiarse, por supuesto, pero ¿dónde está el límite? Prohibir es fácil, educar es lo difícil. Puestos a regular, controlen también el ambiente de las escuelas de fútbol. Las conductas más deleznables y vergonzantes las he visto allí por algunos padres en partidos de sus hijos. Ahí está el germen de lo que vendrá. Cuiden las categorías inferiores y dentro de veinte años veremos resultados. Como pasa deportivamente. Violencia, cero, ¡faltaría más! Demagogia por decreto ley, no, por favor.