Nicolás Otamendi, futbolista argentino nacido en la localidad de Buenos Aires el 12 de febrero de 1988. Eso dice su ficha. Nació en Buenos Aires. Es argentino. Tiene 27 años. No es valenciano. Ni siquiera español. Tampoco un niño que empieza en esto del fútbol. Le quedan unos pocos años en activo para asegurar el futuro de sus hijos. Es bastante posible que supiera que en España hay una ciudad llamada Valencia cuando ya hacía tiempo que se afeitaba -en el continente americano, la Valencia más conocida está en Venezuela y es tan o más grande que la capital de la Comunitat-. ¿Qué le podemos exigir al General?

La falta de empatía y esa obsoleta consideración del fútbol como un deporte practicado por señores que morirían por sus colores nos hace a menudo perder la perspectiva. A Otamendi, más allá de las insensateces de su representante, el valencianismo no puede expresarle más que gratitud. Y ello se vaya o se quede, negocie o no negocie, presione o no presione, hable o calle, duerma o pase las noches bailando. Porque, para empezar, si el Valencia está donde está ahora mismo -clasificado para Champions- es, en esencia, gracias a él. Ha sido el mejor con una notable diferencia sobre el resto. Ha sido el sostén cuando el equipo se caía y el símbolo cuando la afición necesitó volver a creer en alguien tras muchos años de no tener a nadie en quien creer. No es casual que el orgullo valencianista, aletargado durante una década, resurgiera a borbotones echando la mano a la frente, poniéndose firme ante su General.

A un futbolista se le puede, se le debe aunque no siempre se haga, exigir el máximo sobre el terreno de juego. Lo demás son florituras que olvidan que hoy el futbolista es, en esencia, un hombre de negocios que trabaja en pantalón corto. ¿No ha cumplido sobradamente Otamendi? ¿Qué más queremos? Si el chico quiere ganar tres veces más donde sea, ¿alguien puede moralmente condenarlo? ¿No haríamos todos exactamente lo mismo? ¿Acaso pasarán los jóvenes cachorros valencianistas a colgar en las paredes de su habitación fotografías de Piatti o Feghouli solo porque están como locos por renovar su contrato -¿Adónde iban a ir?-. ¡Que vengan cada temporada cinco Otamendis aunque se quieran marchar al verano siguiente!

Cosa bien distinta es cuál deba ser la actitud del Valencia. Y ahí, una vez más y ya van unas cuantas, su presidente acierta de pleno. Tan legitimado está el General para solicitar su traslado como el Estado Mayor para denegárselo si no se cumplen sus condiciones. Necesitaba el Valencia un presidente sin pelos en la lengua, con las ideas claras y desprovisto del complejo de inferioridad que atenazaba a sus antecesores inmediatos. Salvo es un fiera dispuesta a morder a cualquiera que se acerque a su cría, que es el Valencia. Y hace bien. Pero no creo que por ello tengamos que bajar a Otamendi del pedestal al que merecidamente ha sido alzado ni dejar de agradecerle los muchos servicios que de momento ha prestado. Y más allá de esa realidad, no parece descabellado pensar que si por alguien debe el club hacer un esfuerzo económico importante es, precisamente, por él. Hágase, páguenle al chico acorde a su rendimiento, y no nos dejen sin nuestro General.