En la calle de la mermelada en la que estás instalado desde que desapareciste el viernes, es muy probable que en un club de fútbol fiche el director deportivo y que el entrenador se dedique a entrenar. Esto es, que juegue con las cartas que le den y punto. Esto sería lo ideal si el director deportivo es coherente. De esta forma, el técnico que, normalmente, se marcha antes que el director deportivo, no firmaría jugadores determinados para un determinado sistema de juego sino que recibiría una plantilla y se adaptaría a jugadores y modelo de club.

Así, cuando se marchase, simplemente habría que traer otro técnico que se amoldase al equipo. Lo que sucede es que los entrenadores tienen personalidad y vienen, los de la élite, con una metodología propia. Y cuando llegan a un club, quieren adaptar al equipo a su forma de trabajar, a su idea de fútbol que, muchas veces, choca con las características de la plantilla con la que se encuentran. Por lo tanto hay que traer jugadores que faciliten la puesta en escena de su filosofía.

Si el técnico no funciona y es destituido, es probable que llegue uno nuevo que juegue a otra cosa y no le valgan los jugadores que hereda. Y así muchos clubes entran en un bucle infinito. Lo más razonable sería una tercera vía. La vía del consenso entre director deportivo y técnico, cediendo ambos ante cualquier fricción que surja con motivo de una baja o de una incorporación y donde más que a un nombre se apuntase a un perfil determinado de futbolista.

En el Valencia actual, el que alumbraron después de la venta, tampoco vale cualquier razonamiento anterior. Precisamente por eso. Porque después de la venta apareció un propietario. Un monarca absolutista y plenipotenciario. Y resulta que tiene un socio que es agente de jugadores, al que hace caso a pies juntillas en esto del fútbol. Y resulta que ese socio empezó a levantar su imperio con el actual técnico del equipo. Y resulta que, antes de ejecutar la compra del club, el propietario ya impuso al técnico representado por su amigo.

Y resulta que una vez dentro, ese entrenador quería asumir más competencias en materia de fichajes con el riesgo de inmiscuirse en el trabajo del director deportivo. Y resulta que el amigo del dueño, que es un fenómeno en su trabajo, también actúa de director deportivo de grandes jugadores dejando el resto de futbolistas, digamos que con menos glamour, para el director deportivo de cargo. ¿Qué te quiero decir con todo esto? Que el Valencia de hoy es diferente y que lo que vale para un club de corte clásico, aquí ya no vale. Aquí es más complicado. Hay que poner de acuerdo a más partes. Definir roles y competencias. Es como lo del tripartito y el gobierno de la ciudad. Pero es lo que se parió tras el proceso de venta. Ni más ni menos.