El Gran Premio de Austria reunió un ramillete de viejas glorias de la Fórmula 1. Lauda, Prost, Piquet, Patrese, Berger, Danner, Martini y Alesi deleitaron a los aficionados rodando con monoplazas históricos. Ente ellos sumaban once campeonatos mundiales. Y fue, precisamente, Gerhard Berger el encargado de hacer las entrevistas en el podio a los tres primeros clasificados. La pregunta que le hizo al ganador de la carrera, Rosberg, fue un tanto puñetera: ¿Por qué no conduces siempre así? Seguro que Nico piensa que él siempre pone el mismo empeño.

Lo que no resultaba últimamente tan habitual era ver a Hamilton sumando errores tanto en clasificación como en carrera. Su primer fallo, el sábado, fue pisar la línea de pintura blanca húmeda, lo que le dejó fuera de pista y sin opción a defender su, hasta ese momento, pole provisional. Afortunadamente para el inglés, Nico la pifió en su último intento en las dos últimas curvas y, a menos de doscientos metros para lograr una posible pole, se salió de la pista.

Por los pelos, el de Stevenage conservó su primera posición en la parrilla. Pero Lewis cometía otro gran error en la salida de la carrera y, a pesar de llevar a su compañero contra el muro, perdió el liderato antes de llegar a la primera curva. El remate del piloto británico, probablemente fruto de un exceso de presión, fue pisar otra línea blanca, esta vez a la salida de los boxes. Los cinco segundos de penalización que le impuso la dirección de carrera hacían imposible que Lewis pudiera «molestar» a Rosberg. El alemán ganó y recortó a solo diez puntos su distancia en el campeonato y reaviva la, tal vez, única batalla «con chicha» de este 2015 monopolizado por Mercedes.

La próxima cita en Silverstone, en Inglaterra hará que Lewis Hamilton sienta, aun más, la necesidad de brillar ante su público y la presión que todo ello acarrea.

Parafraseando a Alfredo Di Stéfano: en Austria Nico Rosberg corrió como siempre y ganó como nunca, al estilo dominador de Hamilton. Si sigue así, tendremos campeonato por delante.