En lo que va de curso, el Valencia se había enfrentado a seis aspirantes a la permanencia en la Liga y a dos equipos franceses y uno ruso en la Champions. Rivales todos ellos por debajo o muy por debajo de su potencial y presupuesto, ante los cuales su rendimiento había sido como mucho sospechoso. Bilbao, plaza de primera, se presentaba como un primer peaje, un buen punto de referencia para conocer nuestra situación en el mapa. Los de Valverde no conviven con el agua rondando el cuello, ni tienen que vender cada año hasta los calzoncillos para poder sobrevivir. Ganar allí no suele depender de la casualidad. El Valencia tenía una oportunidad inmejorable para resolver las dudas que a tantos nos asaltan. Su naufragio fue estrepitoso. Como si todo respondiera a un plan, expuso todas y cada una de las miserias que le acompañan desde que dejara marchar a Otamendi y apenas explotó algunas de las pocas virtudes que le van quedando. Marcó un gol de falta directa y apenas importunó más al meta local, que vivió una tarde de domingo de esas con las que sueñas cuando te pones unos guantes.

Regalito de Negredo

Los leones no se estuvieron de nada. Salieron a melena batiente, mordiendo a todo lo que se movía, presionando como bellacos, intimidando como tan bien suelen hacer. El suflé les duró un cuarto de hora. El Valencia encadenó un par de contras con sendos disparos de André y Feghouli, que precedieron a otra estupenda jugada en la que combinaron Negredo, Gomes y Bakkali. El belga desequilibró bien allí donde a Piatti se le funde la bombilla, tuvieron que hacerle falta y Parejo la clavó como tantas veces hizo la pasada campaña. Preámbulo de una fase de partido, qué efímera fue, en la que los ayer de blanco jugaron casi a placer. Mandaban Parejo y Gomes, corría Bakkali, hasta se adelantaba Vezo. El gol había callado a San Mamés y sus miles de camisas rojiblancas y metido el miedo en el cuerpo a los Aduriz y compañía. Un error estúpido les devolvió la vida. Contra el Español fue Mina quien regaló los tres puntos. Esta vez, Negredo, incapaz de defender un córner con el mínimo decoro exigible a un juvenil. De poco sirve fajarse en las jugadas a balón parado con las uñas y los dientes que, esta vez sí, enseñaron ayer los de Nuno, si luego desde la corta peinas el balón hacia atrás. El mazazo fue terrorífico. Tanto, que el Valencia, nada sobrado de confianza a pesar de sus recientes victorias, no volvió a levantarse. No al menos con la decisión que requiere una victoria ante el Athletic. La parroquia se vino arriba, De Marcos volvió a correr como un gamo, hasta Williams centraba con cierto criterio y Raúl García „eso es un fichaje, amigo Peter„ se atrevía con todos, incluyendo al árbitro.

Ni defensa ni ataque

Y no es que el Athletic pasara por encima del Valencia. Ni siquiera lo necesitó. Se limitó a ser mejor en ambas áreas, allí donde su rival exhibió el pésimo nivel que le acompaña desde que perdió a Otamendi. Un saque de Iraizoz fue peinado por Raúl García, quien se adelantó a un Mustafi ayer aciago. Vezo, despistado, le deja el campo abierto a Aduriz, que asiste a Susaeta. Cancelo, de espectador. Así llegó el segundo. El tercero, más de lo mismo. Vezo no consigue fijar a García y Mustafi se come sin remisión el engaño de Aduriz. Que no falla, claro. Ya lo había hecho hacía un rato, suponemos que rememorando su época valencianista. Se encajaron tres goles porque el Bilbao dispone de delanteros de -cierto- nivel. Tres sietes que retratan, además, de manera mucho más fidedigna el paupérrimo estado del sistema defensivo valencianista que los dos que había encajado en lo que iba de Liga. Las enormes lagunas mostradas hasta hoy no habían desembocado en problemas mayores por la falta de pericia de los rivales -recordemos a los pobres chicos del Sporting- y por las buenas actuaciones, bajo palos, de Jaume. Y tres goles que destapan también la deprimente actuación de los atacantes del Valencia, a años luz de tipos como García, Susaeta o Aduriz. Que Feghouli, con su carrerita de retraité, su regate engañagradas y su centro a ninguna parte, haya sido el delantero más destacado del último tramo en el Valencia nos da una idea de lo bajo que se ha caído. Observar los saltos, los desmarques, los disparos, las ganas de Aduriz y compararlos con lo que hacen Negredo, Alcácer o Rodrigo es como para ponerse a llorar. En la primera y triunfal campaña de Nuno, los muebles se salvaban gracias a la aportación de Parejo -¡para algunos parece que la sequía de Alcácer y compañía es cosa de estos meses!- y, cuando eso no era suficiente, con la aparición del General sembrando el caos en el área enemiga. Ya podemos gritar alto y fuerte que sin él, este equipo ha perdido el alma, el cañón, el estandarte y todo lo demás. Uno no deja marchar a un futbolista como él y luego sale de rositas, probándose chapelas y sonriendo a la cámara.

Los que se salvan

Y para no acabar cantando coplas, botella en mano, a la vera del Nervión, bien podemos quedarnos con los ratos que nos volvió a dejar Gomes, al que hay que disfrutar hasta que lo vendan el próximo verano, y con los regates de Bakkali, un soplo de aire fresco que llega en un momento poco propicio para que lo apreciemos como merece. Ni Gomes, ni Parejo, ni siquiera Fuego con sus limitaciones tuvieron ni tienen mácula alguna en su expediente. Porque no podemos pedirles que, además de imponerse en el centro del campo, cosa que aunque parezca mentira tras todo lo dicho hicieron, marquen todos los goles y eviten todos los del rival. Ya quisiéramos sus clones para ponerlos por todas partes. No los hay. Un auténtico desperdicio, impropio desde luego de un equipo que se supone quiere repetir el cuarto puesto. Así, ni de broma.