En la vida uno suele cosechar lo que siembra. Pero no siempre. A veces lo que siembras se lo lleva el temporal o alguien que pasa por ahí y te pilla despistado. Algo así se dio en Mestalla, donde el fútbol lo puso el Levante y los puntos se los quedó el Valencia, que se limitó a ingresar en caja los regalos de la defensa granota. Hasta que se produjo el primero de ellos, transcurrió una hora en la que los locales vivieron un suplicio, exhibieron todos los síntomas de un equipo en absoluta descomposición y se vieron zarandeados por un vecino con el farolillo rojo a cuestas. El espectáculo fue deplorable, el valencianismo revivió los peores momentos de las aciagas eras recientes y únicamente el buen momento de su portero y la falta de pericia en la definición de los chicos de Rubi mantuvieron al equipo a flote. Pero en el fútbol también cuentan los errores y los que cometió el Levante se antojan impropios de la categoría.

Ni 4-4-2 ni 4-3-3

El partido empezó de forma premonitoria. Ya en el minuto 3, Morales, la auténtica figura del partido, se plantó solo ante Jaume. Iba algo escorado, pero en franquicia evidente. El Gato respondió en un prodigio de reflejos. Retratado, y van unas cuantas veces, Santos, que ni repica ni está en la procesión. El chico es un flan, seguramente porque sabe que sumando lo que Nuno pagó por él y por Abdenour ya se han esfumado los millones de Otamendi. Del Valencia, hasta entonces y hasta una hora después, nada. Para los que todavía a estas alturas de verdad creen que el problema es de sistemas, o que se perdió en el Calderón por el 4-4-2, ayer Nuno puso el equipo fetiche y el planteamiento estelar que supuestamente tan bien funcionaba la temporada pasada. Con Parejo en el banco, eso sí, para contentar a esa parte de la grada que pita a Dani y aplaude a Enzo Pérez y Feghouli. El problema va bastante más allá de los dibujos en la pizarra. Diez minutos después de lo de Morales, al que Gayà todavía anda buscando a estas horas del día siguiente, fue Roger el que mandó una pelota al larguero. La víctima, en esta ocasión, Vezo. La tibieza de los centrales, desconcertante. Cuanto menos irónico que de la mano de Mendes hayamos acabado donde estábamos con Víctor Ruiz y Ricardo Costa. El Levante mordía, corría como una jauría de lebreles detrás de una pieza escurridiza —salvo Rubén, atento como siempre a salir bien peinado en las fotos de SUPER— y llegaba a combinar con cierto criterio. No rifaba un balón, presionaba en campo contrario, salía jugando desde atrás y colocaba la línea de cuatro más adelantada que la del propio Valencia. Nada que ver con el fútbol cicatero e insufrible del último triunvirato granota. Cuatro días y este Rubi empieza a enseñar unas cartas que tienen tan buena pinta como poco que ver con lo que ha tenido que soportar esa afición estos últimos años. Acaso tenga que ver que su contratación no obedece a que sea amigo del jefe y que presenta un curriculum sobresaliente, labrado desde abajo en base al mérito y al trabajo. Mestalla, más allá de la Curva Nord, un cementerio salpicado de murmullos y de algún grito a favor de Negredo.

El regalo granota

En la reanudación, el entrenador local dejó en la caseta a Piatti. Su aportación había sido insignificante, pero no en mayor medida que la del resto de sus compañeros. La reiteración de su presencia en el once del Valencia y la presencia de De Paul en el graderío dibujan un escenario tenebroso. Un equipo no puede sobrevivir a incongruencias de ese calibre. Al campo saltó Bakkali, también intrascendente hasta que el Levante tiró el partido por la alcantarilla. Fue al cuarto de hora. Disparo seco desde la frontal de André Gomes, que tiene estas cosas incluso en sus peores días, mal despejado por el portero granota, que acaba de arreglar el desaguisado cometiendo un absurdo penalti sobre Feghouli. Nunca dio sensación de seguridad y en la comparación con Jaume se explica buena parte de lo que acabó sucediendo. Porque todavía al poco de que Alcácer transformase, todavía soltó Morales otro zapatazo al que respondió Doménech. Rubi, además de plantear bien el partido, iba ya a retirar a Rubén y Roger, los más flojitos de entre los visitantes, cuando Juanfran se aseguró de que Nuno salvara los muebles. Empañó una actuación tan digna como la de David Navarro. La friolera de 75 primaveras suman entre los dos y anularon completamente a Alcácer, tan inofensivo como siempre, y a todo el que pasó por allí. De ese regalito al final, el partido se rompió y hasta se dibujó alguna sonrisa entre la afición local, que no gana para disgustos.

La contradicción

Pocas veces, por tanto, arroja el deporte paradojas como las de este Valencia-Levante, del que los primeros salen con tres goles a favor y tres puntos en el casillero pero con más dudas, si es ello posible, de las que tenían al entrar y los segundos con una derrota abultada mas con grandes esperanzas de encontrar tiempos mejores. El Valencia no funciona a nivel colectivo, resulta irreconocible como equipo y hasta doloroso observar la degradación de algunos de sus futbolistas. Es difícil saber, así, si es peor que ni uno solo de los fichajes de Nuno para esta temporada esté ofreciendo el mínimo rendimiento que exige nuestra Liga o que, por poner un ejemplo, Gayà, al que hace poco pretendió el Real Madrid, sea un juguete roto a pies de Morales. El enfermo tiene una pinta malísima.

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