11 de noviembre de 2015: acudo a la puerta de Bataclan para ir a tomar unas cervezas por la zona.

12 de noviembre: me reúno con mis amigos en Châtelet.

13 de noviembre: París sufre un atentado terrorista en distintas zonas, entre ellas, Bataclan y cerca de Châtelet.

El viernes por la mañana cogí el metro y en la línea 14 anunciaban que por motivos de seguridad el metro no iba a parar en la estación Gare de Lyon. Nadie parecía extrañado. Transcurrió el día con total normalidad y por la tarde mis amigos y yo decidimos no salir. Nos apetecía una noche tranquila de juegos de mesa, y todavía estamos dando las gracias. En un descanso, me fui a la cocina a preparar la cena cuando la madre de mi compañera le llamó asustada preguntando si estábamos bien. En ese momento salí de la cocina para escuchar la conversación. Acababan de atacar París. Sí, París, la ciudad que me acogió y me hizo sentir como en casa en tan poco tiempo. En la televisión, muchísima desinformación.

Cada vez más heridos, más muertos, más explosiones y más tiroteos. Enseguida llamé a mi prima, que también vive en París junto a su pareja y su hijo, para saber que estaban bien. Y entonces noté como el rostro se me descomponía: número apagado. Intenté relajarme y la volví a llamar. Nada. Los nervios se apoderaban de mí y sentía como mis amigos me miraban fijamente sin saber muy bien qué decirme. Por suerte todo se quedó en un susto, estaba en el cine sin cobertura. Por fin pude respirar con normalidad.

En las noticias, cada vez más víctimas y nosotros dando gracias al universo por haber decidido no salir por la noche. Solo podía pensar que si hubiese salido, en el mejor de los casos, me encontraría en el centro de la ciudad escuchando tiros y explosiones, encerrada en cualquier bar sin poder llegar a mi casa.

Perdimos la noción del tiempo, se desconocía cuándo iban a parar los tiroteos y aumentaba el número de víctimas. Nos enteramos de que en Bataclan había rehenes y en Facebook comentó uno de ellos lo que estaba escuchando desde dentro y pedía a las autoridades que actuasen de inmediato. Y nosotros en casa, a salvo, pero incapaces de contener las lágrimas, asombrados de cómo en París, en pleno siglo XXI, estaba teniendo lugar esta barbarie. Los amigos y familiares en España iban escuchando las noticias y no parábamos de recibir mensajes. Miedo, nervios, dolor, rabia, inquietud, estábamos más asustados que nunca y con la sensación de querer dejarlo todo y volver a España. Me sentía vulnerable y el primer pensamiento siempre es querer volver a casa, pero ¿quién dice que en Valencia estaría más segura? Ayer sumamos una fecha triste más a nuestro calendario junto al 11-S y el 11-M. Otro día más en el que los ciudadanos fuimos el objetivo y quién sabe cuál será la próxima ciudad amenazada. Imposible conciliar el sueño, imposible sentirnos seguros, cada uno gestionábamos nuestras emociones de una manera distinta y éramos incapaces de reconfortarnos los unos a los otros. Dimos gracias de que el horror no nos tocase el cuerpo, pero el alma nos la tocó a todos.