Lo previsto. Vale, sí, las cosas no se dieron como más o menos todos pensábamos... pero se dieron, que al fin y al cabo es lo que cuenta. El Valencia en ningún momento dio la impresión de ser más equipo que el Olympique de Lyon y cayó víctima de sus propios nervios y de cierta inoperancia. Vale, sí, hubo un gol anulado a Mustafi que posiblemente hubiera modificado de forma absoluta lo que luego vimos en el partido. El gol fue legal y llegó pronto. Pero el árbitro lo anuló y junto a ese gol fantasma se fueron todas las fuerzas del Valencia. Era un partido a vida o muerte y mirando de reojo a Gante. Pero por ahí ganó la muerte y el Valencia ingresa con derecho propio en la Europa League... hasta anteayer la Uefita para mi.

Con la mayor

Miren, si analizamos lo que vimos anoche sobre la verde hierba de Mestalla es posible que nos entre cierto canguelo pensando en el futuro. Al fin y al cabo el peor equipo del grupo ganó con cierta autoridad el partido y apenas dejó resquicios para soñar con una ejemplarizante victoria de la escuadra rusa en tierras belgas. El desastre fue eso, un desastre. Muchos nervios, mucha presión, ganas de agradar a tu nuevo entrenador y un indudable cansancio por tu último duelo frente al Barça. Y sí, no le den más vueltas. Este equipo está justito de casi todo y para arreglar ese casi todo es por lo que ha venido aquí el Neville entrenador. Pero ayer no era el día. Demasiado poco tiempo ha tenido para conocer sus armas. Y menos tiempo aun para saber manejarlas.

Afición ejemplar

Mestalla fue de nuevo la nota positiva del encuentro. Con muy poco que celebrar, teniéndolo todo en contra, se armó de orgullo jaleando el empate de los rusos en tierras e intentó empujar a su equipo hacia una remontada imposible. Y sí, esa remontada fue imposible por varias razones. Pero para mí, al margen del desorden y las ganas de agradar al nuevo entrenador, la mayor de todas pasa, insisto, por el empate logrado con un esfuerzo descomunal ante el FC Barcelona. Ese empate que parece escaso y lejano en el fondo deja una huella imposible de borrar. Tan imposible de borrar es que Enzo Pérez la notó en los primeros minutos y se tuvo que ir al banquillo a reposar. Así se las gasta el fútbol. Te lo dejas todo ante el Barça -y sí, eso sucedió con el premio de ese empate en los instantes finales- y ese todo te deja sin aire para el siguiente partido si tienes que jugar entre semana. Y eso, simplemento eso, es lo que impidió un resultado más acorde a los méritos del Valencia.

Tranquilidad

Ojo, si escribo de esto, si escribo sobre lo que pienso y siento, también estoy escribiendo para los jugadores y nuevos técnicos del Valencia. El partido de ayer llegó a mala hora. Un esfuerzo baldío con muy pocos méritos que ganar a cambio. ¿Que el Gante estuvo contras las cuerdas gran parte del partido? No, no, no se equivoquen. El Gante todo lo bueno que ha hecho en la Champions lo hizo en la fase de grupo y ayer simplemente remató la faena ante un equipo que no se jugaba nada. Mérito del Gante, sin duda. Y demérito del Valencia... cierto. Pero no demérito por lo de anoche. Lo de anoche, más allá de aplaudir la sensación de los jugadores de querer brindarle una gesta a su nuevo mister, no es más que la herencia dejada por Nuno. Y con esa herencia no se construye ningún castillo. Sí da para trabajar con fuerza pensando en la Europa League -a Uefita- y marcando objetivos que si están a tu alcance.

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