Gary Neville debutó con mal pie en el Valencia. La derrota ante el Olympique de Lyon fue amarga más que por la eliminación por la impotencia que proyectó el equipo. Fue un quiero y no puedo. En su argumentación posterior, Neville habló tanto que metió el remo: «Enzo me suplicó jugar». Y Neville lo puso de titular. Lo que podría interpretarse como un gesto de compromiso por parte de la plantilla se volvió en contra del entrenador. Minuto 22. Lesión de Enzo Pérez, que estaba jugando al límite de la lesión. Neville tenía que tomar la primera decisión como entrenador en el transcurso de un partido. Y sacó a Javi Fuego. Hombre por hombre. Medio por medio, aunque la decisión implicara avanzar a Parejo. No fue valiente Neville. El equipo necesitaba más mordiente ofensiva y con la entrada de Fuego incluso perdió la poca llegada que había tenido hasta ese momento. La entrada de Negredo fue más un revulsivo de cara a la grada que un mensaje para el equipo que siguió igual de plano y previsible. Para mí, no estuvo acertado Neville. También es cierto que era su primer día como primer entrenador. Le perdonaremos.

Arbitrajes

Me obsesiona el tema de los árbitros. Lo reconozco. Pero no me negaran que el Valencia es el único equipo al que la UEFA le manda árbitros neutros —por no decir anticaseros— a Mestalla. Todos los arbitrajes europeos tienen fama de barrer hacia el de casa. Pues no, por Mestalla han pasado elementos a los que sólo les faltaba el pasamontañas. El último, el del pasado miércoles. El esloveno Mateg Jug anuló el gol de Mustafi todavía no sabemos porqué. Quizá el 1-0 no habría cambiado en nada el resultado final —yo creo que sí— pero de empezar ganando a empezar palmando hay un abismo. El gol del defensa alemán es legal de todas todas… menos para Jug. A ver si hay más suerte en la eliminatoria de Europa League.

Las baterías parpadean

Nuno dejó un panorama desolador en el Valencia, con el equipo en zona de nadie en la Liga y prácticamente eliminado de la Champions League después de haber desaprovechado una ocasión inmejorable en Gante, primero, y en San Petersburgo, después, de certificar el pase a octavos. Pero la peor herencia que deja Espírito Santo la encontramos en la parcela física. El Valencia está muerto. Quedó patente ante el FC Barcelona, donde el pundonor y las ganas suplieron las carencias de oxígeno. Y quedó ratificado ante el Olympique de Lyon. El equipo fue un alma en pena. Aguantó de pie hasta que llegaron noticias negativas del Ghelamco Arena de Gante. En ese momento el Valencia se desmoronó. Sin ideas, las pocas que había no se pudieron ejecutar por falta de fuerzas. La carrera de Abdennour detrás de Lacazette es la mejor muestra del estado físico del equipo. Jordi Sorlí es el encargado de esta parcela con Gary Neville —lo es realmente desde la brillante transición de Voro— y en él están depositadas todas las esperanzas de resucitar a un bloque con la luz roja de la batería parpadeando.

Y en Ipurúa, ¿qué?

Este Valencia es una incógnita. Pasa de Disneylandia a Mordor con una facilidad pasmosa. Da igual quien sea el entrenador. El once que sacó Voro ante el Barça y el que puso en liza Neville contra el OL no difirieron mucho —dos futbolistas—. Pero la imagen fue muy distinta. El desgaste del sábado fue mayúsculo, cierto. Pero ni por asomo el Valencia compitió igual. Y este síntoma de bipolaridad ya viene de atrás. En la última etapa de Nuno vimos un partido dantesco en Gante y tres días después una exhibición en Balaídos. ¿Qué Valencia veremos el domingo? A saber. Puestos a pedir, me gustaría ver un equipo aguerrido, bien plantado sobre el campo y que aprovecha las pocas ocasiones que crea durante los 90 minutos. Sí, el Valencia del año pasado. No hace tanto tiempo. Y el entrenador era Nuno. Lo único cierto es que Neville tiene mucho trabajo por delante. Dejémosle trabajar.

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