Mientras la España mediática futbolera se deshace en excusas poniendo la tirita antes que la herida por si en la Eurocopa llega un nuevo fracaso del equipo de Del Bosque -Turquía, Chequia y Croacia no son peritas en dulce, pero tampoco son los portadores del nuevo armageddon-, a mí me martillea una palabra en mi cabeza: Ipurúa.

Ese estrecho estadio en el que esta tarde va a debutar en la liga Gary Neville como entrenador del Valencia CF.

Un escenario muy británico para un entrenador que quiere acercarse más al modelo europeo que al de las islas. A mitad de camino de todo ello se encuentra un técnico novel que necesita comenzar a sumar victorias. Las dudas ante los guerreros recién reclutados crecen de manera mucho más agigantadas que ante los generales con muchas batallas en la mochila.

Y no voy a ser popular ni a andar con rodeos. Como no le conozco aún lo suficiente, tengo dudas. Y eso me mata.

Quiero que se me entienda bien. No le estoy condenando antes de tiempo, ni vaticinando un fracaso que algunos ya desean. Pero seguro que me darán la razón que cuando le atienden en urgencias -y el Valencia ahora está en urgencias- le causa mucha más tranquilidad un médico con años de profesión que un médico que acaba de llegar. Sí, la experiencia es un grado se diga lo que se diga. Y en este caso, más que un grado, es una calentura.

La bisoñez y el idioma son una barrera tan gorda que me intranquilizan sobremanera. Y esto no garantiza nada. Igual cuando usted esté acabándose el cafelito tras la paella -las cuatro de la tarde en domingo, ya te vale Tebas- ya estamos 0-2 en Ipurúa. Pero si digo que las tengo todas conmigo, les estaría engañando. Y tengo muchos defectos como contador de cosas, pero ése no es uno de ellos.

Hoy veremos si Gary quiere algo distinto a lo que se venía proponiendo, o si pretende una transición más prolongada.

Pero ese Ipurúa estrechito, cortito, y posiblemente con algo de fango es una píldora difícil de digerir para un equipo muy tierno y un entrenador outsider.

Me alivia algo recuperar a los centrales titulares y que El Faro de Lisboa -André Gomés- vuelva a estar habilitado para jugar. Pero en la balanza tengo más motivos para la pre-pesadilla que para un sueño plácido y reparador.

Pero esto son sólo mis miedos. Personales e intransféribles. La realidad dice que cuando González González pite el inicio son once contra once y que a día de hoy, y a pelo, nadie en su sano juicio cambiaba un futbolista del once titular del Eibar por un sólo suplente del Valencia. Así que, como dice el clásico, los partidos hay que jugarlos. Y hoy tenemos uno desde las cuatro.

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