Me preocupa que también estemos en sintonía esta semana pero, rotundamente, sí. El partido del sábado nos dará muchas respuestas. La amenaza del descenso muerde los tobillos de cuerpo técnico y jugadores y en el vestuario ya le han visto las orejas al lobo. El sábado mirarán a los ojitos al ogro del descenso. Ya sé por dónde me vas a atizar: que si tú ya lo habías advertido, que yo no me lo creía y blablablá. El desgraciado partido de Copa de hace una semana fue decisivo. Gestos, caras, detalles...muchas cosas. El grupo mirando al suelo, ni un grito, ni una recriminación, nada. Luego, en el Villamarín, volvió a suceder: veinte minutos de buena actitud y vuelta otra vez a deshincharse. Y otra vez los gestos, las caras. El grupo instalado en el borde del precipicio mirando al vacío, hacia segunda división.

Y mucho ruido de fondo. Gente crispada, cabreada. Gente que acude de madrugada al aeropuerto -qué triste la imagen del autobús al lado del avión en la pista de aterrizaje esperando para recoger a los jugadores y sacarlos por la puerta falsa-; gente que se desplaza a la ciudad deportiva, cerca de las tres de la madrugada, para increpar a los futbolistas por el monstruoso ridículo de Barcelona. Gente que repite el domingo el mismo comportamiento y que ya les dice a los Neville, en inglés, que se marchen a casa antes de que el equipo se vaya a segunda. Muy desagradable todo. Y nosotros contándolo todo cada día, cada partido, cada noche, cuando nos gustaría contar otra cosa. Qué ya está bien de contar miserias.

Y el técnico en el ojo del huracán. Gary Neville como Nuno. Su proceso de nunización ha sido progresivo. En el campo y en la sala de prensa. Con una diferencia, Nuno, serio casi siempre, se puso más hosco conforme se fue deteriorando el equipo, mientras que Neville, divertido casi siempre, se ríe también cuando no toca, en idéntico proceso de descomposición. Por exigencias del guion, en el Valencia no toca reírse. Quizá sea su humor inglés, quizá una risa nerviosa debido a la presión pero Neville se ríe mientras el Valencia llora. Tampoco tocaba aquello de que el equipo «no está preparado para ganar» o aquello de «esta noche voy a dormir más tranquilo». Aunque Neville se justificó disparando al pianista: el traductor. Levantarse a las seis de la mañana para estudiar castellano todavía no da resultados. Y ahí sigue encallado el Valencia, en el idioma. Su mensaje no llega. El de Nuno tampoco.

Pero Neville está tranquilo. Nuno también lo estaba. Cosas que tiene la amistad. Habla «tres o cuatro veces a la semana» con Peter Lim. Y le da su argumento capital, su coartada: el de la falta de puntería, que cuando entren las ocasiones será otra cosa. Qué entren el domingo. Que se levante el Valencia. Es el partido Viagra de Neville. Pero antes, por favor, esta noche otro ridículo no. Haría mucho daño. Y más risas tampoco. Están fuera de lugar.

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