Ponte en situación. Relájate durante un segundo que sé que te has levantado con el partido de esta noche en la cabeza. Echa un poquito la vista atrás que quiero contarte cómo debe empezar hoy el cuento.

Es el 8 de mayo del 2001. Semifinales de la Champions contra el Leeds. El Valencia va ganando 1-0 gracias a una acción pícara de Juan Sánchez que ayudado de la «mano de Dios» —ya sabes de qué va esto— ha adelantado a los de Mestalla.

Previamente, tifo gigante en la grada —hola, ¿Agrupación de Peñas? ¿Hay alguien ahí?— y millones de papelitos —al estilo del monumental de River en la final del Mundial de Argentina 78— han acompañado a los jugadores en la salida al campo.

Pero desde ese gol en el minuto 16, el Leeds ha dado algún susto. El 0-0 de la ida le da aún vida y cada uno de los 53.000 espectadores que pueblan la grada se remueven inquietos en sus butacas.

Nada más iniciarse la segunda parte —en el minuto 2— hay un balón colgado sobre el área que rechaza la defensa amarilla. El rechace lo coge Pablito Aimar y toca sobre Juan Sánchez. Perfilado sobre la parte derecha de la frontal del área, Juan recibe y da un, toque. Otro más, un control orientado hacia el centro. Y desde el balcón del área, zapatazo raso y para adentro. Gol, partido a la butxaca. En ese momento todo Mestalla sabe que la semifinal cae del lado valencianista y estalla de júbilo.

Detente ahí. Centrémonos en el momento, como si le dieras al ‘pause’ del DVD. Juan corre enloquecido, fuera de sí. Grita gol con la boca más abierta que nunca. Sus ojos se salen de sus órbitas. Mira al infinito. A todos lados en particular y a ninguno en general, está fuera de sí. Engullido por la tromba de emociones que es en ese momento el coliseo de la Avenida de Suecia. Está como cualquier aficionado. Abre los brazos como queriendo abrazar y ser abrazado por todos y cada uno de los 53.000 enfervorizados valencianistas que en ese momento están llamando a la puerta del paroxismo colectivo. Juan da, y recibe, en ese momento 53.000 abrazos de complicidad y perfecta comunión con la grada.

No son abrazos tangibles, son sensoriales. De estado de ánimo a estado de ánimo. De sentimiento a sentimiento, de corazón a corazón. De valencianista a valencianista. De enloquecido a enloquecido.

Juan Sánchez es —en ese momento— todos y cada uno de nosotros. Y nosotros, por encima de gustos, procedencia, prefencias y similitudes y discrepancias, fuimos en ese momento El Romario de Aldaia. Eso debe de ser hoy Mestalla. La tesitura es diametralmente opuesta. Pero el valor de lo que se juega el equipo está, como poco, a la altura de aquel 8 de mayo del 2001. Momento de sumar, alentar y empujar como si no hubiera un mañana. Y a partir de las 22’30, hablamos de lo que os dé la gana. Pero hasta ese momento vamos a ser todos Juan Sánchez contra el Leeds celebrando el 2-0. El equipo lo necesita —y como diría el meme de Julio Iglesias—, y lo sabes.

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