El fútbol tiene un lado oscuro. Una cara llena de inmundicia, tosca y soez, en la que el insulto y la descalificación gratuita campan a sus anchas, donde la justificación de la violencia -verbal y física- tiene cabida al amparo de lugares comunes llevados al extremo. Es el flanco débil por el que los pseudo-intelectuales de turno han cargado siempre contra este deporte, al ver en él la versión actualizada del opio del pueblo. En el fondo, nada nuevo bajo el sol: la vieja táctica de parafrasear a autores vetustos para justificar el elitismo y la superioridad moral más rancia y casposa, y así pretendidamente, dignificar sus creencias, sus posiciones y sus elecciones de ocio.

Ejércitos desarmados

Lo que divide, une. Este es el motivo por el que los poderosos siempre se han visto atraídos por el mundo del balón. El balompié en la sociedad moderna implica una conexión emocional-ideológica transversal que supera las categorías tradicionales. Tal y como lo definió Vázquez Montalbán, las hinchadas se han convertido en los ejércitos desarmados del Siglo XXI, masas de fieles cuya interpretación de la búsqueda del bien común pasa, en muchas ocasiones, por el avance exclusivo de los intereses de su club. Para corroborarlo, basta con repasar la sección deportiva de cualquier cabecera valenciana y constatar la facilidad con la que imperaban todo tipo de operaciones que atentaban contra el sentido común y el interés general de forma flagrante.

El enemigo exterior

Al socaire del circo de las vanidades en el que se convirtió la España del pelotazo, surgieron referentes en los clubes que encarnaban aquel momento social. Discursos populistas diseñados a medida para unificar a la afición en torno al dinero fácil y contra el enemigo exterior. Sin duda, la peor secuela de la conversión en Sociedades Anónimas Deportivas; la apropiación de los clubes por estos personajes abyectos que llegaron para servirse del fútbol.

Villarroel y Forlán

En plena época del ´boom´, alimentado por la euforia de un ascenso histórico y con la recalificación y venta del antiguo club de tenis ya en ciernes, el Levante U.D. de Pedro Villarroel ejemplificó a la perfección la casta del fútbol del pelotazo. En el verano de 2004, a bombo y platillo, el entonces máximo accionista de la entidad de Orriols compareció ante los medios para anunciar el fichaje de un atacante uruguayo que jugaba en la Premier, llamado Diego Forlán. Por desgracia, y para ridículo de todos los levantinistas, ese jugador apareció 24 horas después firmando su contrato como jugador del Villarreal C.F.

Un referente

En pocos años, un equipo de ligas menores, como era el submarino amarillo, se convirtió en un fijo de la Primera División, un asiduo en competiciones europeas, y en un referente de fútbol vistoso y atractivo cimentado en un proyecto social y de cantera que lo ha posicionado como una de las escuelas punteras a nivel internacional, todo ello radicado en una población de 50.000 habitantes. Resaltar las virtudes propias además de sencillo, suele carecer de valor. Reconocer las del adversario y aplaudirlas no sólo es de sentido común, es señal de audacia, deportividad e inteligencia. El fútbol, también es eso.

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