Victoria inapelable del Valencia en Leganés. Fue, por fin, bastante mejor que su rival, a cuyo nivel supo situarse para no volver a salir con el rabo entre las piernas. No es una plaza fácil la de estos madrileños, algo así como Getafe pero con gente en el campo. Por ello lo que ayer hizo el Valencia tiene mayor mérito. Cada balón se disputa, cada carrera se intenta ganar, de poco sirve la alegoría o el pase de espuela. Esta gente ha subido a Primera pero su espíritu permanece en Segunda división. Voro supo leer el partido y sus futbolistas se dejaron de historias, vedetismos y artificios. Jugaron como el Levante porque sólo ese era el camino para un equipo en urgente reconstrucción. Tres puntos que valen su peso en oro e indicios de que la cura de humildad está surtiendo efecto.

Mal comienzo

Empezó el Valencia muy mal. Frío, despistado, descosido aún por los desmanes de Pako. El Leganés no da respiro. Siguiendo la estela que ha dejado tras sí el Eibar, estos recién ascendidos hacen de cada partido una batalla. No tienen otra opción. El fútbol simpático del Rayo ha acabado en Segunda y aquí lo que se lleva es la cosa numantina y troglodita. Mendilíbar, Pellegrino, este Garitano son todos de la escuela caparrosiana. Tres metros de conducción de balón de un rival y hombre al suelo. Ahí al Valencia se le echa en falta un tipo con galones, que sepa repartir, que se imponga en su parcela. Suárez sigue siendo un chiste. Voro ordenó que cero alegrías y ellos apretaban pero no llegaban. Se terminaron las autovías sin peaje hacia la portería de Alves. Enzo Pérez, el supuesto media punta (¿?), no se acercó una sola vez al área contraria. Como tiene que ser. Todo se torció por un error incalificable de Montoya tras un centro desde la banda contraria, casi desde el otro lado del planeta. El balón tardó una eternidad en llegar a su punto de destino, peso a lo cual el lateral valencianista se dejó robar la cartera y puso a su equipo en un serio apuro. Hecho grave que deviene preocupante cuando en la segunda parte una jugada idéntica, con Montoya encima de una palmera ilicitana, no termina en gol de puro milagro. Uno no es un buen lateral si en el mismo partido comete dos errores de esa magnitud. Esperemos que el chico, cumplidor en lo demás, tome nota.

A hombros de Nani

Lo que parecía la antesala de otra catástrofe no fue tal. Tras un error defensivo de los locales, Rodrigo persigue con saña un balón, mete pierna a un palmo del portero y, lo que es más importante, se aparta luego para que Nani, el mejor ayer, fusile. Paradigma de este Valencia esquizofrénico, Rodrigo tiene tanta defensa por su denodada entrega en cada jugada como condena por su exasperante incapacidad para hacer gol. El chico le pone tanto empeño que, al final, en algún momento su esfuerzo tiene que tener recompensa. En la segunda parte, en otra de sus cabalgadas locas, le puso un balón a Parejo que no fue la sentencia de puro milagro. Parece estar esperando a un entrenador que por fin nos lo devuelva a aquellos sus primeros seis partidos con esta camiseta en los que creímos que habíamos fichado a un gran futbolista. Hablábamos de Nani. Si su implicación va a continuar siendo la de Leganés, estaremos de enhorabuena. Porque, al contrario que sus compañeros de ataque, al portugués no le tiembla el pulso cuando ve la red de meta. Tiene más clase que ninguno y se supone que tipos como él hacen que, salidas de Gomes o Mustafi aparte, el Valencia siga estando a años luz del Leganés.

No más experimentos

Y como el Valencia sigue siendo perro flaco, no faltó ni la metedura de pata arbitral de turno. Alves hace una de las suyas por arriba, gato con guantes no caza ratones, el delantero de ellos se lanza a la piscina como si estuviera en Río 2016 y el trencilla, con cierta mala conciencia por la jugada antedicha de Rodrigo, se va a los once metros. El propio Alves reinstauró la justicia. El equipo aguantó bien el tipo y dio otro punto de sutura a una herida que, de momento, ha dejado de sangrar. Es ahora que llegan los huesos duros de roer cuando habrá que hacerse fuerte. Esperemos que con un entrenador de verdad. Sobrevivir a Pellegrino, Pizzi, Nuno, Neville y Ayestarán no está al alcance de cualquiera y lo único que se le puede decir a la afición es que ha sido hasta demasiado paciente. Pero otro becario podría ser mortal de necesidad. Y llegan Simeone y sus hermanitas de la caridad. Casi nada.