No mereció mucho más el Valencia en tierras gallegas. Hizo un partido discreto, ni bueno ni malo sino todo lo contrario. El Depor, con las brasas del descenso bajo los pies, mostró el brío que ha venido a suplir aquella calidad que tuvo y ya no encuentra. Sus dudas, los vaivenes en su alineación, la falta de un nueve en condiciones eran todos factores que un visitante como Dios manda debería haber aprovechado. No sucedió así porque el Valencia no fue el que enfrentó al Barcelona sino más bien el que se vio una semana antes en Gijón. Allí sonó la flauta y en La Coruña no.

Mamma mia

Prandelli es, entre otras muchas cosas, italiano. Y seguramente hay señas de identidad de las que uno no se deshace de buenas a primeras. Su apuesta por Abdennour en el lateral izquierdo, amarremos bien atrás, no funcionó. No porque un central no pueda jugar en esa posición sino porque Abdennour no está para eso. Además de cercenar un flanco del ataque y dar ventaja al uno contra uno rival ante un tunecino con óxido en las bisagras, el italiano lanzó un mensaje conservador a su plantel que, francamente, tiene pocas explicaciones. Lleves en la ciudad dos semanas o dos años, parecía evidente que este era un partido para salir a ganar sin contemplaciones. Lejos de esa realidad, el equipo salió frío, simplemente cumplidor, como si mantener la portería a cero fuera su única misión. Con el agravante de que, al contrario de lo que sucedió en Gijón, anoche se concedieron un buen puñado de ocasiones claras de gol. Los desajustes entre los centrales y los dos mediocentros, véase el gol del Deportivo, continúan siendo flagrantes. Los primeros esperan que los últimos cierren la subida de la línea de tres rival y Pérez y Suárez hacen con demasiada frecuencia de la contemplación su principal actividad. Así no se va a llegar muy lejos.

Otra vez Rodrigo

El Valencia también tuvo sus oportunidades. De hecho, si Rodrigo viera la portería del campo a tamaño natural, en lugar de tan pequeña como la de un futbolín como sucede en la realidad, bien pudo haber salido de Riazor con un balón firmado por sus compañeros. Pero su incapacidad está a medio camino entre lo proverbial y lo exasperante. Marcó un gol con un remate pírrico, haciendo todo lo posible para que el portero lo impidiera y falló ocasiones que no tienen calificativo. Su velocidad, sus ganas, sus desmarques hay que aprovecharlos, pero tiene que haber otra manera. En el intercambio de golpes, el partido se igualó por lo bajo, convirtiéndose en un escenario un tanto decadente de dos grandes luchando por huir de las plazas de descenso, dos avejentados muflones -que diría Ximo Rovira- embistiendo con lo poco que les queda de su otrora monumental cornamenta. Los de casa, a lomos del turco Colak y su zurda a lo Djalminha y los visitantes pendientes de las cabalgadas de Cancelo, que corre y corre hasta que se le acaba la gasolina y dice basta.

A luchar abajo

De manera que parece confirmarse la teoría de que lo del Barcelona fue más la típica respuesta vigorosa de equipo pequeño ante la visita de un grande que un verdadero cambio de tendencia. El parámetro de referencia sigue siendo la zona media baja de la tabla, esa en la que un par de partidos ganados te mandan a soñar con entrar en Europa y dos derrotas seguidas te ponen a temblar ante la cercanía de las posiciones de descenso. Cuesta por ello compartir el fervor popular que anida en la creencia de que un entrenador, por bueno que sea, puede convertir una plantilla tan parca en calidad en algo muy diferente de lo que hemos visto. Todo apunta a que partidos como el de anoche van a ser una tónica habitual al que, por desgracia, tendremos que acostumbrarnos.