Lo de esta temporada ha alcanzado un nivel tan deprimente que a uno se le acaban los calificativos. Mestalla, siempre certera, anoche dibujó mejor que nadie el oprobio con unas gradas casi vacías en un final de partido de una tristeza desoladora. Quién nos iba a decir hace no tanto que el Eibar, club modesto de un pueblo mediano, iba en 2017 a poner en evidencia, a ridiculizar, a humillar de esta manera a todo un Valencia, club de fútbol o de lo que ya vaya quedando. Cuesta creer que estos chicos, los que había sobre el campo y los que lo veían todo desde el banquillo, lleven el mismo escudo que los Albelda, Baraja, Ayala o Mendieta. Desde luego no lo merecen y si se rigieran por un código del honor que hoy ya no existe, mañana devolverían la camiseta y se marcharían a las cuatro esquinas del mundo de las que han venido.Un culpable: Voro

Pero como aquí, en esta columna, no se ponen paños calientes ni se aplaude el marcharse de rositas, no vamos a dejar de señalar al máximo responsable de lo que sucedió anoche. Y no es otro que Voro. Su semana gloriosa empezó cuando dijo, en referencia a los fichajes no realizados y sí prometidos por el club, que a él no le hacían falta mediocentros, que estaba contento con los que tenía y que prefería reforzar el ataque en este mercado de invierno. De lo cual dedujimos que o bien lo decía en calidad de sumiso y ejemplar empleado de Chan, Koh, Lim y Murthy -algo que lo descalificaría, por pusilánime, de inmediato para el puesto que ocupa-, o bien se hallaba en ese momento bajo el efecto de algún fármaco recetado por el médico del club -en cuyo caso debería abstenerse de hablar- o, como nos tememos, sencillamente es que el pobre hombre no da para más. Un aviso, espero que inequívoco, para todos esos que sin dudarlo se han echado a los brazos de Voro -como antes lo hicieron a los de Prandelli y alguno incluso a los de Mario Suárez- porque acabarán como han acabado con todos los demás: con el antifonario al aire. Y terminó la semanita con el partido ante el Eibar.

Un chiste

El planteamiento de Voro fue de chiste. Hasta tal punto llegó el esperpento que en un momento dado del partido, el equipo perdía cero a uno ¡ante el Eibar en casa! y los defensas del rival se pasaban la pelota tranquilamente en defensa sin que un solo futbolista blanquinegro fuera a presionar. Se mantenía agazapados atrás, esperando su oportunidad ¿Qué oportunidad, querido Salvador? Mestalla, claro, abroncó la molicie. Y asistió atónita a un partido que parecía jugarse en el País Vasco porque desde el primer minuto fue dominado a placer por el visitante. El Eibar, amigos, que salía jugando el balón desde atrás como si fuera el Bayern de Munich, mientras Garay, como los otros, no hacía otra cosa que mandar meteoritos a cualquier lugar del campo como mecanismo de huida de la presión del rival. El trabajo en la caseta, inexistente. La implicación de los futbolistas, nula. La disciplina táctica, que nos la diseccione el supuesto salvador del club. El centro del campo... Que nos explique también Voro eso de que «no cree necesario reforzar esa parcela».

No más humo

Dejemos, pues, de vender humo. De colocar por las nubes a Santi Mina por marcar tres goles de casualidad cuando lleva una temporada que roza el patetismo, de pensar que porque un señor es de la casa y gana un par de partidos -a los futbolistas les dio por correr- ya hemos encontrado a nuestro Ferguson, de no poner en cuestión que el Valencia se quede un descarte del Celta, o de reírle las gracias a la novia de Garay. Y denunciemos el sobrepeso escandaloso de Bakkali, inaceptable en la disciplina de cualquier equipo digno, la indisciplina táctica de Mangala, que se marcha a lo loco a intentar ganar un partido que ya pierde cero a tres, o la increíble y sin precedentes falta de pericia de Suárez para jugar al fútbol. Esto es un escándalo, un atentado en toda regla contra el entendimiento del valencianismo y, aunque nada podamos hacer para arreglarlo, cuanto menos se nos debe exigir que seamos inflexibles en el análisis. Único mensaje positivo: a la próxima regresarán al equipo Parejo y Nani. Parejo, elemento absolutamente imprescindible al que por salir de fiesta queríamos echar mientras condonamos que otros se hinchen a hamburguesas desde el desayuno hasta la cena. El resto, sin embargo, ahí seguirán. Y Voro tan contento.

Más artículos de opinión de Gauden Villas, aquí.