Espectáculo intenso y vibrante, fútbol en estado puro al que no le faltó ni siquiera la victoria del Valencia, esa que tan raras veces se viene dando últimamente en citas de esta magnitud. Sucedió ante un Madrid que no se dejó un solo esfuerzo en la caseta, que mandó durante buena parte del envite -se trata del mejor equipo del mundo, así que lo contrario habría sido noticia-, pero que no se hizo acreedor a mucho más. Tuvo enfrente, por fin, un Valencia sobresaliente en el esfuerzo pero también en el juego. Utilizó sus armas, menos poderosas pero igual de dañinas cuando salen a relucir, para imponerse a su rival, a la adversidad de la lesión de Nani y hasta a un árbitro que no vio dos penaltis como la copa de un pino. Soberbio.

Qué primera parte

En poco más de cinco minutos el Valencia había marcado ya sus dos goles. Primero Zaza. Este chico apunta muy alto. Si el domingo nos recordaba a Inzaghi, su recital de anoche nos trae más bien el recuerdo de Vieri, lo mejor que Italia ha traído por estos lares en tiempos recientes. No solo se sacó de la chistera un golazo a la media vuelta que dejó a Varane -el francés ya no es lo que era- en evidencia sino que impuso su ley como un sheriff de los que no conocen la piedad ni a los amigos a lo largo y ancho de todo el encuentro. Va al choque como nadie, juega de espaldas, sabe distribuir y tiene un disparo espectacular. Lo increíble, con esos antecedentes, es que lleve la camiseta del Valencia. Luego la clavó Orellana. No tuvo una noche especialmente lúcida, pero ahí estuvo para rematar al Madrid, en ese lugar donde hasta su llegada no veíamos más que remates lastimosos y ocasiones desperdiciadas. Los de Zizou, claro, se vinieron arriba. Su primera parte fue notable: movieron bien el balón, llegaron a línea de fondo, percutieron por todos los rincones imaginables. Y, sin embargo€Y sin embargo, aunque continúe pareciendo mentira, el Valencia nunca se deshizo a lo largo de ese primer tiempo. El pasillo central tuvo una actuación sencillamente colosal. Garay, Mangala, Parejo y Pérez rallaron al nivel que presupone su nombre y su ficha. Sobre ellos se apuntaló el equipo.

La épica

La continuación se torció con la lesión de Nani. El portugués es el elemento diferencial en ataque, por encima incluso de Zaza y Orellana. Nadie como él, con esa potencia en la conducción en estampida, es capaz de romper las líneas del rival. Sus últimos partidos lo han consagrado como el puntal que necesita el equipo. Y con su salida del campo el Valencia se quedó sin salida. Gayà carece del físico necesario para hacerse valer contra tipos como Carvajal, Modric o Kroos. El ida y vuelta del primer acto pasó a ida e ida del Madrid, que puso sobre el campo a toda su artillería. No le funcionó. En realidad, recurrió más a la épica de su rigor histórico que al buen juego que mostró de inicio. Y fue durante ese asedio cuando Zaza primero y Munir después, en sendos ataques aislados y un tanto deslavazados, fueron objeto de penaltis incomprensiblemente no señalados. El Madrid tiene un serio problema en su defensa y la Liga con sus árbitros.

Sufrir para algo

En el sufrimiento del arreón final merengue, con Ramos de delantero centro y el corazón del valencianismo a la altura de la garganta, se vio la fortaleza de este Valencia. Hace falta que quieran, claro, pero esos futbolistas fueron capaces de sobreponerse a un esfuerzo titánico, trufado de calambres y músculos desgarrados -el único camino para imponerse al, repito porque así lo considero, mejor equipo que hay a día de hoy en el mundo- y dar la primera verdadera alegría del año a su afición. Es posible, o más bien harto probable, que pronto volvamos a las andadas, pero que nos quiten lo bailao, amigos.

Más artículos de opinión de Gauden Villas, aquí.