Cuando Soler adelantó al Valencia parecía que por fin sonaba la flauta. Apenas había su equipo disparado a puerta un par de veces en todo el partido -no lo volvería a hacer- y de la nada una genialidad de Parejo le puso en bandeja al canterano un gol que transformó a las mil maravillas. El cántaro acabó, sin embargo, rompiéndose y solo la casualidad habría podido evitar el desastre. El Valencia se limitó a lo largo y ancho de los noventa minutos a aguantar las embestidas de un Alavés que, simplemente, fue el único compareciente que pareció desear los tres puntos.

Alineación sorprendente

Todo apuntaba a que la ausencia de Nani, sobre el que cabalga la pericia de este equipo cuando a los demás se les apagan las luces, iba a pesar mucho. Fue mortal de necesidad. Voro quiso refrescar su once -algo sorprendente en un equipo que no ha disputado un solo partido en Europa desde tiempos casi remotos y cuya última participación en Copa también se pierde en la niebla del tiempo-. Pero el buen hombre vio cansados a algunos de sus chicos. La jugada, paños calientes búsquense en otra canción, no salió. Abdennour, aplicado en el contexto general, tuvo dos errores gravísimos de esos que desacreditan a cualquier central. Lo de Suárez ni lo comentaremos. Y el equipo se quedó sin su columna vertebral. Saltó al campo a aguantar el chaparrón, a disputar al Alavés las pequeñas guerrillas que contentan a los modestos y a tratar de no encajar. Alves fue el mejor, como tantas veces desde hace años, pero no tanto como para evitar que lo acribillasen en un par de ocasiones. Tampoco es que los de Pellegrino, que compiten bien y maximizan como nadie sus limitaciones, hicieran en el primer acto nada del otro mundo. Se limitaban a ir avisando. Del Valencia, un remate con la espinillera de Soler tras un preciso centro de Siqueira. Y con eso, a la caseta.

El colapso

La reanudación trajo el colapso. El Flaco, quien tras su estancia de becario en el banquillo de Mestalla parece tener la lección mejor aprendida, ordenó subir la intensidad de la presión y por ahí aparecieron las primeras fisuras en la defensa visitante. Avisó un tal Sobrino, al que Abdennour dejó solito ante Alves, que paró como gato, igual que en los viejos tiempos. Fue el preludio de lo que vendría después. La gran falta de Parejo fue mero espejismo. Nunca fue el madrileño, ni nadie, capaz de conectar con Zaza, casi inédito en todo el mediodía. Las asociaciones en el centro del campo no funcionaron. Orellana se limitó a unos cuantos chispazos, Munir a su irregularidad habitual, Soler no terminó de coger el pulso y Suárez€¡ay, Suárez! ¡ay, Voro! ¿Cuándo aprenderemos, maestro? Según pasaban los minutos las ideas se iban nublando y el Alavés llegaba un poquito más adelante en sus acometidas. Sus dos goles solo sorprendieron por llegar en los veinte últimos minutos del encuentro.

Menos excusas, más trabajar

Derrota, por tanto, merecida, que esta vez no podemos achacar ni al árbitro. Supongo que alguien echará mano de Tebas, tan socorrido para tapar la cruda realidad, por poner el partido en sábado. Como si unos chicos de veintitantos años, retribuidos para estar en Champions League, no fueran capaces de jugar dos partidos por semana. Vamos, hombre. Menos excusas y más trabajar. En el campo y en el banquillo.