O tierra de nadie. El lugar en el que este Valencia, al que solo llamaríamos descabezado si tuviera pies -tampoco los tiene-, se ha quedado después del trozo de campeonato más chapucero que recuerdan varias generaciones de aficionados al fútbol. Y en ese lugar, en el que ni tienes aspiraciones de acercarte a Europa (es un continente, para quien no esté familiarizado con la palabra) ni el aliento en el cogote de los que luchan por no morir, va a malvivir de aquí al final de esta Liga para el olvido. Al calor de Mestalla todavía veremos, probablemente, alguna victoria con la que cubrir el expediente. En el frío del campo contrario, preparémonos para abandonos de la nave como el que tuvo lugar ayer en el Calderón.

Desenchufados

Salió el Atlético en tromba. Se juega nada menos que el estar en Champions así que a pocos pudo sorprender esa actitud. Enfrente, se vio pronto que no estaban por la labor. No habían pasado diez minutos y Griezmann, al que nadie conoce, encaró a la defensa completa del Valencia. Uno contra cuatro a la carrera. Cancelo, el más rápido de todos, se tomó el asunto con filosofía. El francés volaba y el portugués escuchaba un fado en esos auriculares de colores diversos con los que suele bajar del autobús del club. Mangala, que tuvo el día malo que suele sufrir cada cuatro partidos -es casi matemático-, no se enteró. Adiós muy buenas. Si alguno tenía alguna esperanza, aquello la echó por tierra. A partir de ahí, se vio más, mucho más, a Pérez que a Parejo o Soler. Y ello, que dice mucho de la implicación del argentino, condena de manera casi ineluctable las posibilidades del equipo. Parejo se tomó el día libre. Es un poco como Mangala, pero el francés no parece hacerlo a propósito. Y Soler vivió demasiado alejado del balón. Pregúntenle a Voro, si es que son capaces de bajarlo del altar al que la prensa local lo tiene subido, por qué. Acaso fuera para que Munir, la finta y al suelo, encontrase mejor acomodo en el campo. Delirante.

El pasotismo

Sin centro del campo, con un Munir que juega por decreto -no sabemos si de Mendes, Lim, Voro o, menos probable pero no descartable, del propio Vidagany- pero ni desequilibra en ataque ni da una mísera ayuda en defensa y un Orellana que ha perdido la chispa que enseñó en los dos primeros partidos, la cuestión era saber cuántas barracas iba a encajar Alves. Sus compañeros hicieron lo posible por hacerle la vida imposible. Hasta en tres ocasiones sendas cesiones de señores de negro dejaron en mano a mano a Gameiro -por suerte este no da para mucho- y Griezmann -este sí y falló por querer hacerlo bonito- ante el cancerbero brasileño. Parece obvio que la plantilla quiere a Jaume y que solo un grupo organizado de pasotas profesionales puede hacer algo así. El Atlético, por fortuna, levantó un poco el pie pensando en los muchos e importantes frentes que se le avecinan. Voro sacó a Bakkali por Munir para disimular. Y el partido se fue como había venido sin que nadie en el Valencia CF se plantee indemnizarnos por tener que sufrir indignidades futbolísticas como la de ayer.

Triste colofón

Epílogo siniestro en el Calderón a un clásico de nuestro fútbol. Y epítome perfecto de esta década ominosa de Llorentes y Lims, a la que se asomó el Valencia como tercer club de España en puntos acumulados a lo largo de la historia y de la que saldrá tan lejos del Atlético que harán falta décadas para reconducir el oprobio. El abismo que separó a unos y otros sobre el verde no deja de ser, en definitiva, un calco tan macabro como exacto del que se abre al comparar el empaque de los dirigentes de uno y otro club. Nada apunta a que la cosa vaya a mejorar.