Cortita y al pie que la noche es fría y apetece arroparse. La derrota del Valencia no tiene más que un culpable: su entrenador. Su once inicial fue delirante y su planteamiento del partido, pésimo: le entregó el centro del campo a la Real, dejando a Pérez y Soler en clara inferioridad, y fue incapaz de controlar el juego por bandas del equipo vasco. Como si no hubiera visto un solo partido de los Yuri, Odriozola y compañía. Los de Eusebio se pasearon durante setenta minutos, perdonaron un resultado más abultado y sólo el exceso de confianza y los cambios, tarde como casi siempre, de Voro maquillaron el desastre. La salida de Cancelo, por oposición al tristísimo papel de Munir, dejó en evidencia, una vez más, al preparador valenciano, al que hay que reconocer el mérito de haber sabido recuperar anímicamente al plantel para salvar la temporada pero al que es imposible condonar calamidades tácticas como la de anoche o caprichos tan esperpénticos como su obsesión por alinear por activa y por pasiva a Munir. Lo del marroquí empieza ya a alcanzar cotas sin precedentes. Su incapacidad para el desborde -si alguien recuerda de él un solo regate, ¡uno solo en un tipo que es extremo del Valencia CF!, que le pase la imagen pase por twitter al munirista Carlos Bosch- y su indolencia contagiosa parecen no bastarle a Voro para reservarle un lugar en la grada.

De Málaga a malagón

Después de lo de Málaga, no parecía lógico volver a lo excéntrico. En Super se apostaba en la previa del partido por la lógica. Un trivote con el regreso de Medrán y arriba los tres tipos que, lo quiera Voro o no, sobresalen varios cuerpos sobre los demás: Nani, Zaza y Cancelo. Pues no, oigan. Había que hacer hueco a Munir a la vista de su temporadón, volver a poner a Orellana como si este chico hubiera hecho un solo mérito para seguir ahí y, de postre, quitar a Lato y poner a Siqueira. Agárrate Salvador que vienen curvas. Y no, no es que Lato, en contra de lo que dice la mayoría de vendedores de alfombras varios que domina la pluma valenciana, sea un fuera de serie. Ni siquiera, según mi parecer, tiene ni de lejos, al menos todavía, el nivel mínimo para quedarse en la primera plantilla -meterlo en el mismo saco que Carlos Soler es directamente de risa-. Pero al menos es futbolista, tiene ganas, puede llegar a ser alguien y no te va a dejar tirado. A Voro le dio por Siqueira. Su respuesta: sacar un brazo completamente innecesario a la cara del contrario defendiendo un balón dentro del área. Eso, se dirá en otra página de este periódico, en el Bernabéu no se pita. Y es cierto. Pero es penalti y tiene el mismo perdón que quien tuvo la ocurrencia de alinear a Siqueira.

El dúo calavera

Sobre Santos se podría hacer un manual del despropósito. A los treinta segundos el pobre chico ya había demostrado por qué es, sin mucho margen para la duda, el peor central que ha pisado el levante español en la historia reciente. Vamos, desde la última glaciación. Entre él y el abúlico Garay, por cuyas venas hay días que parece correr horchata -por desgracia no valenciana- regalaron a la Real el primer gol. Si Santos va al Bernabéu, querido Julián Montoro, yo me borro de la crónica.

Maldito banquillo

No es plato del gusto de nadie tener que extenderse en la crítica. Pero el espectáculo que se vivió ayer en Mestalla, atenuado durante un rato al final del partido, no merece otra cosa que el escarnio. Y en cuanto al entrenador, cuando accedió al cargo bien sabía que en Valencia no sirve cualquier cosa. Muchas gracias por los servicios prestados, pero que le busquen acomodo lejos de un banquillo que desde luego le queda grande.

Más opiniones de colaboradores.