Tal día como hoy, hace 15 años, el Valencia se convirtió en campeón de Liga. Fue en la Rosaleda, en Málaga, con los goles de Fabián Ayala -keep calm- y Fabio Aurelio -¡qué suspense!-. Sólo hace 15 años de aquella mágica tarde en Tierra Santa. ¿Quién le iba a decir a varias generaciones de valencianistas que verían a su equipo ganar una Liga? Pues vieron dos. Y eso mismo intento transmitirle a mi hijo. Si ese equipo, con Rafa Benítez al frente, lo hizo, ¿por qué no se va a poder repetir ahora? Aquello era impensable. El Real Madrid de los galácticos y el todopoderoso Barcelona partían, como cada temporada, como favoritos. El trabajo y la entrega -«tenemos que hacer el doble para conseguir la mitad», dijo Benítez- condujeron al Valencia al milagro. La clave, por supuesto, fue el entrenador. Tenía buenos jugadores, sí. Contaba con varios líderes en el vestuario, sí. Pero la calidad de aquella plantilla no difería mucho de las que después tuvo el Valencia y no ganaron nada. Por eso la figura que convierte una plantilla regular o mediocre en un plantillón, o una plantilla buena en mala está en el entrenador. Y en esas se encuentra justo hoy, en Singapur, el actual Valencia. Tomando la decisión más importante para el corto plazo: elegir el técnico que puede devolver al club a su lugar natural. Como dice mi amigo Orient, cada verano el Valencia es candidato al título. Pero, por encima de futbolistas, depende en gran medida del entrenador. Así que Mateu y José Ramón, elijan bien. Y si Peter Lim les impone un nombre de su cuerda, ¡dimitan!

Qué se siente

El famoso tifo del pasado martes en el Bernabéu, dedicado a los aficionados del Atlético, fue una de las cosas más ridículas y esperpénticas que recuerdo dentro de un estadio. Y, encima, patrocinado por Florentino Pérez. ¿Que qué se siente? Pues orgullo de pasar por un estadio y que te gane el Real Madrid sólo con ayuda arbitral. Porque al Valencia, no lo olvidemos, le pegaron un guinde histórico -otro más- en el Bernabéu el pasado sábado. Lo mismo que le sucedió tres días después al Atlético y hace dos semanas al Bayern. Un escándalo que no por repetitivo debería callarnos. El penalti que se inventó Gil Manzano fue aberrante. Y las amarillas perdonadas a Casemiro, flagrantes. Así es muy complicado competir. Indignación y vergüenza ajena. Eso es lo que se siente.

Orgullo

Y mientras se perpetraba un nuevo atraco al Valencia en el Bernabéu, un joven de 20 años, Carlos Soler, se fue cara al árbitro cuando silbó el final de la primera parte para recordarle que aunque Ayala, Carboni, Albelda o Marchena ya son historia del club, todavía queda una estirpe de jugadores dispuesta a defender el escudo allá donde vaya. Soler, él solito, cara a cara con Gil Manzano marcándole con los dedos las patadas impunes que había dado Casemiro, o las pocas faltas que había hecho el Valencia como para llevar ya dos tarjetas. Sin ninguna duda, una imagen para la esperanza que llenó de orgullo a muchos valencianistas. Con Carlos Soler el Valencia puede recuperar de una tacada mucho del terreno que ha perdido en los últimos años.

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