Solo unas escasas dos vueltas duró la emoción del GP de Austria: los últimos giros en los que los neumáticos empezaron a dar claros síntomas de venirse abajo y en los que Bottas podría haber perdido la victoria y Hamilton pudo haberse encaramado hasta el último peldaño del podio. El resto de la prueba fue un juego de estrategia, de observar al rival y de dejar pasar el tiempo y sumar vueltas hasta la bandera de cuadros.

Pirelli ha vuelto este año ha presentar unos neumáticos que resisten casi todo: así se reduce el índice de incertidumbre que debería introducir el desgaste de las ruedas y que hace esforzarse más a pilotos, estrategas y ayuda a que la afición disfrute más de cada carrera.

El abrasivo asfalto de la pista de RedBull Ring arañaba las gomas y hacía que aparecieran las temibles ampollas que hacen vibrar las ruedas, desestabilizan los coches y los ponen a merced de los rivales. Stroll y su agresiva forma de conducir fue el que más lo sufrió en entrenamientos. Se esperaba que en carrera las ampollas también harían acto de presencia. Pero solo fueron una amenaza en las últimas vueltas. Vettel no pudo con Bottas y Hamilton, que salía desde una retrasada e inhabitual posición de la parrilla, apenas pudo enseñarle el morro a Ricciardo. Como dijo Lewis: "Faltaron cinco vueltas". Con este resultado el inglés se hunde en la clasificación y Vettel se escapa ya con 20 puntos. Algo duro de encajar: tan duro como los Pirelli de 2017.

También zozobró en Austria la armada española. Alonso salía a pista con el peor motor de los que dispone Honda: aunque es difícil pensar en un "mejor Honda". Con todo, la carambola de Kvyat en la primera curva sacó a Fernando de carrera. Sainz, por su parte, necesitaba reivindicarse tras el aluvión de declaraciones sobre su futuro: las de Carlos expresando su deseo de escapar de ToroRosso y las de sus jefes dejando claro al español quien toma las decisiones. El madrileño cerró bocas con sus tiempos de clasificación, superando a su compañero. Pero en carrera, otra vez sin potencia en el motor, se hundió hasta acabar abandonado.

Más artículos de opinión de Ángel Castaños, aquí.