Hace unos días la Federación Iraní de Fútbol decidió suspender a sus jugadores Masoud Shojaei, el capitán del equipo nacional y a Ehsan Haj Safi, ambos jugadores del Panionios griego. La suspensión y, por ende, la prohibición de jugar con el equipo iraní, que ya está clasificado para participar en la Copa del Mundo de Rusia 2018, a dos de sus mejores jugadores, ha venido porque los dos jugaron la eliminatoria previa de la Europa League contra el Maccabi de Tel Aviv (que perdieron por cierto).

El Maccabi es, obviamente, un equipo israelí y comoquiera que Irán no reconoce a Israel como Estado, amén de apoyar su destrucción como tal, les está vetado a sus deportistas participar en competiciones contra otros del Estado hebreo. Si la vida no fuera ya complicada, algunos se la complican aún más y el intento no, sino la realidad de que la política interfiera en el deporte tiene en este caso otro más de sus numerosos ejemplos.

Lo que ocurre es que estamos hablando de un equipo griego, al que se le quiere privar del libre ejercicio de hacer jugar a sus empleados/futbolistas, cuando bastante les cuesta. Es como si un iraní que trabajara en una empresa de azulejos se les impidiera hacerlo porque sus jefes venden a Israel. No creo que esto se haya producido pero el fútbol tiene la ventaja, y desventaja, de ser un foco de atracción periodística y, por lo tanto, de eco de cualquier actuación. Aquí, Irán ha conseguido una multiplicación y un conocimiento externo de su política que, posiblemente, mucha gente no conocía.

A raíz de esa sanción, uno de los implicados, Safi, ha pedido perdón a su pueblo y ha manifestado que se arrepiente y que tenían razón los que pensaban que no debía competir. Vamos a ver: tendremos que pedir a cada jugador que nos advierta, o buscarlo nosotros, de los enemigos de su país, con el fin de rebajarle el sueldo en caso de que no pueda intervenir en un encuentro.

¿Qué pasaría si estas sanciones se llevaran a cabo por toda la geografía mundial? No hablo ya de Corea del Norte, por si alguno de sus futbolistas fuera lo bastante bueno para estar en el extranjero. ¿A cuántos equipos se les prohibiría enfrentarse? Y, sin hacer tanta ficción, algún ruso que juegue en Alemania no podría jugar la Champions contra equipos ucranianos, y lo mismo con serbios y kosovares, y un largo etcétera.

No solo es lamentable sino que me produce una tristeza inmensa ver estas decisiones y comprobar la insensatez del mundo político cuando se trata de involucrar a esa gran caja de resonancia que es el deporte en sus peleas. Es cierto que Von Clausewitz dijo que política es la continuación de la guerra por otros medios y se puede parafrasearle con que el deporte es la continuación de la política (y de la guerra) por otros medios.

En efecto, algunos intentan ganar batallas en el campo de juego, lo que es lícito y se puede incluso estar de acuerdo con los sentimientos que la ´guerra´ deportiva acumula en cuanto a nacionalismo, pero cuando ya no se trata de una competición sino de intentar descomponer el sentido de esa misma competición aludiendo a religiones, políticas u otras divergencias entre Estados, ahí ya estamos en un verdadero galimatías legal y deportivo.

El lío es que uno pueda utilizar ya no esto de manera impuesta por su país, como ha ocurrido aquí y el tal Safi, pidiendo perdón, ya da muestras de que no volverá a jugar contra un equipo israelí y, a la hora de su contratación, quizá sea tenido en cuenta, porque tampoco es un jugador de tanto nivel, sino también cualquier otro tipo de artimaña personal para no competir.

Veamos si, con el correr del tiempo, y no se me extrañen, porque estamos viendo cosas que ni imaginábamos hace solo unos pocos años, algún jugador no quiere competir contra comedores de cerdos, porque es un animal impuro, o de vacas porque es un animal sagrado o de comedores de carne porque uno es vegetariano...

Lo absurdo que pueda parecer no lo es cuando, como digo, cada día aparecen noticias rocambolescas y, por lo tanto, me guardo este artículo para ver si, en unos años, lo tengo que recordar.

Y, a la vuelta del verano, para desengrasar los músculos tras la tumbona y el cerebro tras tanta modorra, lean una librito poco denso, para entrar bien en septiembre, ´No me toques´ de Andrea Camilleri, que deja descansar a su comisario Montalbano y nos trae a otro, menos comedor y más intelectual. Feliz regreso.

Más opiniones de colaboradores.