Lo que vimos el sábado en Mestalla tiene muchas lecturas y todas son positivas para el Valencia, un equipo que crece y crece, mostrándose capaz de adaptarse a todo tipo de escenarios. El Sevilla intentó hincarle el diente al equipo de moda en España abandonando las señas de identidad de su entrenador. Consciente de que nunca podía igualar la batalla en el plano futbolístico, Berizzo instaló una mina en cada cuadrícula del campo y a un perro de presa detrás de cada futbolista rival. Puro Sevilla, vamos. Ni Caparrós lo habría hecho mejor.

Un escenario inédito para los chicos de Marcelino, que tuvieron que bajar al lodo para inclinar el choque a su favor. Estaba por ver si el equipo, que domina el contraataque como casi nadie en Europa, iba a poder imponerse también en el cuerpo a cuerpo típico de la toma de una ciudad en manos rebeldes. No hay que echar la vista muy atrás para rememorar días aciagos en los que el equipo andaluz, amigo íntimo de la marrullería y sospechoso beneficiario de toda duda arbitral, sacaba siempre ventaja en situaciones así.

El Valencia respondió. Lo hizo, además, acompañando el buen planteamiento táctico de soberbias actuaciones individuales, que vinieron siempre a corregir el fallo del compañero. Cuando fallaba Kondogbia, que tuvo más de un momento de ofuscación, ahí aparecían Paulista o Murillo para remendar el descosido. En los momentos en los que la balanza parecía no encontrar inclinación, aparecieron los delanteros para dar muestra de su clase. Hasta el portero, poco exigido por un Sevilla romo en los metros finales, aportaba su granito de arena atajando con contundencia cuando hizo falta.

En un encuentro igualado, como lo fue en definitiva el de Mestalla en los aspectos generales, lo que acabó decantando la balanza, y de qué manera, fue la calidad de los futbolistas. Una vez instalada la cordura en el banquillo, lo que el Valencia necesitaba para reverdecer laureles era jugadores que marcasen diferencias.

Y ahí es donde el cambio de ciclo se manifestó en Mestalla con terrible crueldad para el Sevilla. Recientes incorporaciones como Muriel, Kjaer, Pizarro, Nolito o Navas parecían un macabro calco de lo que el Valencia ha ido fichando sin ton ni son durante la última década. Como si Monchi hubiera sido reemplazado por Braulio Vázquez o García Pitarch.

Especialmente doloroso debió resultar para el sevillismo verse zarandeados una y otra vez por la pareja Soler-Guedes, auténticos estiletes por uno y otro costado, precisamente en la parcela donde el mejor Sevilla abonaba sus discutibles éxitos. A la eclosión de los jóvenes valencianistas lo único que opusieron los andaluces fue a una vieja gloria en absoluta decadencia como Navas y a un aspirante a estrella que nunca pasó de la condición de engañagradas como Nolito. La irrelevancia de ambos contrastaba en cada jugada con el peligro latente que se mascaba en Mestalla cada vez que Soler o Guedes merodeaban al arquero rival.

Porque tiene este Valencia, una vez ensambladas sus piezas y asentado un once que ya nos sabemos de memoria, lo que marca la diferencia entre ser bueno o del montón: tipos que dejan sentado al defensa en el pico del área. Futbolistas que te levantan de la silla para gritar de incredulidad. Disponer de Soler y Guedes en un mismo once es un lujo al alcance de muy pocos. Y lo del portugués, un verdadero escándalo que esperemos no se detenga. El pisotón de Mercado nos da una pista de por qué el Sevilla tiene tantos simpatizantes en Valencia y del pánico que Guedes genera ya en las defensas rivales.

¿Un técnico que sabe lo que hace y obliga a sus futbolistas a dejarse el alma en el campo, dos centrales rápidos como centellas y contundentes como tiene que serlo un defensa, extremos incisivos y con buen dribling, dos tipos que llevan bien la manija por el centro y un nueve que define sin contemplaciones cuando lo exige su condición? Sí, aunque parezca mentira hablamos del Valencia. Le ha dado la vuelta a la tortilla y ahora los que sufren son ellos. Como diría Míchel, ese genio, lo merecemos.

Más artículos de opinión de Gauden Villas, aquí.