Después de una sucesión casi inédita de partidos trepidantes, le llegó al Valencia el día malo. No hay equipo en el mundo capaz de escapar a uno de esos días y tanto menos un grupo en construcción como es el que dirige Marcelino. Se daban, además, casi todos los ingredientes: el halago exagerado que siempre debilita, el partido entre semana al que ya no estamos acostumbrados, un rival con el agua al cuello, el autobús de turno de Di Biasi y, last but not least, la ausencia de Parejo. Sin su capitán, el Valencia nunca encontró la pausa ni tuvo el mando.

El Alavés, claro, esperaba con el cuchillo entre los dientes. Resultó, con alta probabilidad, el conjunto más rudimentario al que ha enfrentado el Valencia en lo que va de ejercicio. Pero supo emplear sus armas. Básicamente, su lateral izquierdo, Pedraza, al que entre Pereira y Montoya se empeñaron en hacer internacional. El dos valencianista tuvo una actuación para olvidar. Lento, despistado, blando y descolocado, fue Montoya el mayor peligro de su equipo en una temporada en la que los dos laterales son, de lejos, lo menos destacable del once blanquinegro. Pereira, en cambio, logró enderezar un primer tiempo repleto de dudas para acabar siendo de lo más destacado de entre los suyos. No se lo pusieron difícil sus compañeros.

Resultó ser uno de esos partidos en los que casi nada sale. Ni siquiera quien ha hecho de la excepción a la mediocridad su bandera para triunfar en Mestalla, hablamos de Soler, pudo escapar del gris generalizado. Nunca encontró el lugar ni el ritmo al que tenía que dirigir la orquesta. A su lado, Kondogbia pareció agotado, a años luz de su mejor versión. La consecuencia fue que el Valencia disparó una sola vez a puerta en todo el partido. Si marcó dos goles fue porque Zaza volvió a sacar de la chistera un golazo de capo canonieri tras un fallo de la zaga rival y porque la casualidad quiso que el Alavés acabara regalando un penalti. Fue el conjunto local el que acabó haciéndolo todo. Atacó en oleadas, al ritmo trompicado de Wakaso y fue a toparse una y otra vez contra el muro que formaban Gabriel y Garay y contra la incapacidad de sus delanteros, entre ellos un Munir que unos meses después continúa siendo igual de irrelevante.

No se trató, por tanto, de lo que los habituales oportunistas resumirán como ese partido en el que «el equipo supo sufrir». Fue más bien un borrón en un escrito de momento casi impecable. Pero borrón a fin de cuentas, que terminó bien un poco por esa fortuna que hasta ahora acompaña al Valencia, otro poco porque el portero y los centrales hicieron bien su trabajo y un bastante porque el Alavés juega pésimamente al fútbol. Y con todo, poco hay que reprochar a los futbolistas, que hicieron lo que buenamente pudieron a la vista de que, repito, fue uno de esos días.

Para acabar, un breve comentario sobre Rodrigo. La memoria en el fútbol, se ha dicho aquí muchas veces, tiene quince días de vida. Por eso resulta enriquecedor echar mano de Google y volver la vista atrás. Hace tres años, alguno quizás se acuerde aunque seguramente no sea periodista, cuajó el Valencia de Nuno un inicio de Liga espectacular -duró siete partidos y luego se vino abajo como un soufflé-. De lo mejor de aquel equipo era Rodrigo, quien, como ahora, fue llamado a la selección nacional -me refiero a la de España, que es la única nación que hay en España-. Venía por cinco años y hubo quien pidió que se le renovara por diez más. Luego desapareció y ha estado dos años y diez meses «dándolo todo» pero resultando un lastre para su equipo. Que por unos cuantos goles, la mayoría de ellos de un mérito relativo, del estilo de los que marcaba Alcácer para hacernos una idea, aquí se haga la ola para pedir su renovación me parece insólito ¿Le ampliamos el contrato a un periodista que escribió bien sus primeras cinco crónicas, se ha pasado tres años dando lástima y ahora lleva dos meses escribiendo medio bien, solo por el peligro de que se lo lleve la competencia? Vamos, hombre.