Quienes venían siguiendo de cerca al Leganés anunciaban la llegada de un equipo bien estructurado y difícil de batir. No se equivocaban. Habría que echar la vista muy atrás para encontrarse a un grupo de futbolistas mejor organizado que este que ha creado Garitano, cuyo mérito es incuestionable. En un ejercicio de determinación casi impecable, los visitantes ayer pusieron al Valencia todos los obstáculos imaginables, dominaron el partido por momentos y sólo se inclinaron ante ese punto de mayor calidad que por cuestiones presupuestarias demostraron los de casa. El tres a cero fue puro adorno a la vista de lo acontecido, aunque también reflejo del estado de gracia de un grupo que marca goles casi sin querer.

El Valencia vivió buena parte del encuentro a la expectativa. Esta Liga es tan variada que uno ya no sabe qué se va a encontrar cuando salta al campo. Ayer lo que salió de la caja de bombones fue un grupo de fieras que corrían como si no existiera el mañana y que disputaban cada balón como si la vida les fuera en ello. Un estilo, el de este Leganés, más de la Premier que de aquí, con un tono físico que para sí quisiera cualquiera, incluyendo a los más grandes. Casi todo lo hacen bien los de Garitano. Presionan como un solo hombre, saben jugar en corto y en largo, sus delanteros tiran diagonales buscando el desconcierto en la zaga rival, hasta el portero sirve de puerta con un golpe seco a baja altura muy difícil de defender. Tan bien lo hacen todo que incluso en los libres directos del rival la barrera salta en bloque para cerrar el espacio al disparo por arriba. Y justo ahí, porque el fútbol no se gana solo en la pizarra, es donde los cogió por sorpresa Parejo, quien además del futbolista de más calidad de cuantos ayer comparecieron es, con diferencia, el más listo sobre un campo de fútbol. Su equipo apenas había pisado área y, con un toque de genio, el capitán puso a los suyos por delante.

La acción que provocó esa falta, con una rápida combinación en la frontal y Guedes como protagonista, concentró la diferencia entre unos y otros. Sólo de esa manera, fulgurantes como el rayo y precisos como futbolistas de salón, se podía eludir la asfixiante cercanía de los azules. O también con centros casi perfectos, como el que le puso a Rodrigo a la carrera un ascendente Pereyra. El brasileño, despistado y apático en sus primeras apariciones, empieza a demostrar por qué fue fichado por el United y se perfila como una buena alternativa a Guedes y Soler.

Lo mejor del Valencia, con todo, fue que se adaptó a las condiciones del choque y dio bien pocas facilidades. Sólo Murillo tuvo dos fallos clamorosos que no costaron un disgusto de milagro. El colombiano alterna acciones y partidos impecables con errores que no se pueden permitir en la zona donde él juega. Ayer dio un paso atrás que Marcelino debería anotar en su libreta porque el delantero centro rival no siempre se va a llamar Beauvue. A su lado, en cambio, Garay volvió a dar un recital. No le hace falta la explosividad de los otros dos centrales del equipo para estar casi siempre en el lugar que se le exige. Su salida del balón, además, lo pone a la altura de los mejores.

Agradecerá, de nuevo, el Valencia la pausa en la Liga que se avecina. Siete victorias seguidas son un botín tan voluminoso como la carga psicológica que viene asociada a la obligación de continuar la racha. Hay futbolistas que han bajado un par de escalones su nivel y seguramente unos días de desconexión vendrán bien para recomponer su situación. La del equipo es casi inmejorable, un lujo para una afición que todavía se frota los ojos y no se lo acaba de creer. La inminencia de la llegada de Messi exige afilar bien las armas.