Escribo estás líneas recién subido al tren de vuelta a casa y todavía con la euforia en el cuerpo con la que he cantado en la 97.7 los goles de Kondogbia y Mina. Llevo algo más de una hora mirando la clasificación y disfrutando de ver al Valencia CF tan arriba en la tabla, viendo al equipo que ha construido Marcelino García Toral siendo la auténtica sensación de la Liga y el único capaz de seguir la pista a uno de los mejores Barça de la historia y no puedo dejar de soñar que la semana que viene les ganamos en Mestalla y nos colamos en una fiesta a la que nadie nos había invitado. Porque ni nos habían invitado, ni piensan hacerlo como demuestran esos medios nacionales que tanto estiman en el club.

Por los valencianistas

De Cornellà no quiero recordar la primera parte del equipo, los horribles minutos que se jugaron desde el 20 hasta el 45, ni tampoco que perdimos a Murillo por lesión y a Marcelino por una injusta y lamentable expulsión. En este momento me pongo en la piel de ese valencianista -soy uno más y no lo puedo esconder, pese a mi condición de periodista- que se ha pasado dos años escondiendo la cabeza y no queriendo hablar de fútbol porque le quemaba el alma. Me pongo en la piel de ese valencianiasta que ha sufrido las derrotas y el desastre de su club estos dos años en silencio y con la esperanza de que´tornariem´ porque este club ha forjado su grandeza porque siempre vuelve.

Ese momento ha llegado. Estamos de vuelta. El Valencia CF vuelve a ser un grande de la Liga española, vuelva a ser ese equipo que infunde respeto allá por donde va y del que destacan jugadores que media Europa quiere. Desde mi niñez he convivido con un club de ciclos, o muy malos o muy buenos, y ahora es evidente que vamos hacia arriba. Huele a temporada grande y huele por la manera de ganar al Espanyol, por el ambiente del vestuario, por el ambiente en la afición. Todo eso suma, va unido y ahora se siente más fuerte que nunca.

Días de solo fútbol

No sé hasta donde va a conseguir alargar el Valencia esta racha ganadora, pero sí tengo claro como voy a vivir esta semana que comienza y que terminará con una de esas grandes noches en el viejo pero mágico coliseo de la Avenida de Suècia, nuestro querido Mestalla. No pienso dejar de leer un sólo día Superdeporte ni tratar de transmitir ilusión con Tribuna en la radio. Los periodistas vivimos de contar historias, noticias, y esta semana lo tenemos a huevo para hacer feliz al personal.

Esta semana no nos vamos a indignar porque en Madrid no nos hagan caso, aunque esta semana, la verdad, nos lo harán para ver si pierde el Barcelona y el tercero se acerca al líder. Esta semana vamos a intentar disfrutar de nuestro club, de nuestro equipo. Olvidemos por una semana todos los problemas económicos y sociales, olvidemos las editoriales incendiarias y tratemos de ir juntos a por el FC Barcelona. Tenemos el partido más bonito en años, en muchos años, y lo vamos a vivir en casa, en familia, y nos vamos a necesitar todos. Porque al Barcelona sólo le podemos ganar si hacemos del estadio una caldera que apriete en cada balón a los culés, un estadio que le meta gasolina al equipo en cada jugada, un Mestalla que sufra cuando las cosas no salgan bien, pero que lleve al equipo en volandas.

Tengo en mi memoria los rollos de papel cayendo desde los fondos cuando el equipo saltaba al césped y el «eoeoeoeo» de fondo a fondo del final cuando se ganaba. Mestalla siempre ha sido ese lugar que nos reconcilia con nosotros mismos, que nos quita penas diarias cuando ganamos y nos ayuda a abrazarnos al de al lado, aunque no lo conozcamos para cantar un gol. Estamos de vuelta, estamos más vivos que nunca y estamos ante la semana más importante de los últimos años. Seamos uno y no dejemos que nadie nos lo amargue.