De todas las maneras imaginables de jugar al fútbol, el Getafe escogió la más mezquina. Un recital de marrullerías, simulaciones, agresiones traicioneras y provocaciones chabacanas que contaron con la complicidad de un árbitro que no quiso saber casi nada del tema y la bisoñez de un Valencia que perdió de la peor manera posible. Actuaciones como la del uruguayo Damián deberían dar pie a un expediente disciplinario que acabara con su expulsión de un campeonato que no puede permitirse conductas tan infames. Lo único que puede parar a futbolistas tan poco ejemplares es una sanción a la altura de su zafiedad. O tener en frente un equipo que no le permita imponer su anti fútbol. El Valencia no lo fue.

Viene sufriendo el Valencia un bajón en su juego. La falta de piezas de recambio no facilita refrescar el once ni poner el nivel de presión que sería deseable. Los de Marcelino se vieron superados por las oleadas azules desde el minuto uno. La pelota quemaba en los pies de Soler y Parejo, que no podían recorrer diez metros sin sufrir la tarascada correspondiente, seguida a menudo de un codazo a espaldas del colegiado -hay que preguntarse para qué se paga el desplazamiento del cuarto árbitro-. Pereira vivía un calvario con la prenda Damián y el único delantero que existía era un Molina que demostró por qué Vezo juega lo que juega. Muy mal secundado por Montoya, el potugués anduvo blando y permisivo. Es tan urgente recuperar a Garay como empezar a buscar un lateral derecho en condiciones.

Tan mal le fue la cosa al Valencia que ni siquiera supo aprovechar su hora larga en superioridad. Negado Rodrigo, en su línea de las últimas semanas, no tuvo ayer su tarde Zaza. Un tanto ausente, este era un partido para el italiano, especialista en descender al barro cuando hace falta. Él era el llamado a levantar del suelo a sus compañeros pero no apareció. Y como las desgracias no vienen solas, un fallo de Paulista dio paso a un gol de rebote, la única forma de transformar para un equipo tan mediocre como el madrileño. Una pesadilla que no tuvo fin.

El espectáculo de los últimos veinte minutos fue lamentable. Un Valencia por fin mal que bien volcado sobre un espléndido Guaita cercenado una y otra vez por rivales que se desplomaban sin ton ni son, por patadas traicioneras al tobillo, desplazamientos de balón y pérdidas de tiempo de república bananera. Nadie fue capaz de poner orden ni al árbitro en su sitio. Fue el día menos indicado para no tener a Marcelino en el césped y la más cruel manera de bajar de la nube. Cabe desear que servirá de enseñanza. Un equipo campeón tiene que saber ganar también ante pseudoequipos como el Getafe, que por fortuna son desafortunada y obsoleta excepción en nuestra Liga.

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