Se sabía que la visita a La Coruña no iba a venir aderezada con las muchas facilidades que ofreció la Unión Deportiva en Copa. Muy curioso lo de los gallegos, que apenas cuentan con 16 puntos en el casillero a pesar de disponer de tres delanteros -Adrián, Lucas y Andone- que bien quisieran para sí todos los equipos de mitad de tabla hacia abajo -que le pregunten al Levante sin ir más lejos- y algunos de bastante más arriba. Era un choque para andar vivo y no retirar la pierna, tanto más si se tiene en cuenta que, como es costumbre por aquellos pagos y en esta época del año, la lluvia hizo acto de presencia.

A Marcelino le dio por inventar. No hay entrenador que no lo haga, de modo que el asturiano no va a ser menos. Después de la excelente impresión que dejaron Vietto y, sobre todo, Zaza el último día, ante el Depor no se le ocurrió otra cosa que dejarlos en el banquillo y alinear a Mina y Rodrigo, también conocidos como el dúo calavera. Cuando se gana, todo se acaba justificando, pero es bastante dudoso que, de volverse a disputar el encuentro, Marcelino repitiera la hazaña. Rodrigo marcó, es cierto, pero gracias al rebote en un defensa tras un tiro tan pusilánime como los que le conocemos. Hay quien cuando recibe el balón Rodrigo sale disparado a la cocina a buscar lo que haga falta porque bien se sabe que nunca pasa nada.

La producción atacante se redujo, era de esperar, a Guedes. Lo cual es, desde luego, mucho habida cuenta lo que es y cómo está este chico, pero también una lástima, pues bien secundado, el portugués podría cabalgar de recital en recital. Con los escuderos que ayer le pusieron, su actuación tuvo, si cabe, mayor mérito. Corrió como gamo, dribló como ningún compañero supo, ni sabe, hacerlo, buscó el gol con ahínco y lo logró, aunque haya que anotarlo en parte en la cuenta del arquero local, que se hizo un Neto ante equipo grande.

Si la delantera fue sorprendente, tampoco se cortó el míster a la hora de alinear al recién llegado Coquelin. La discreción parece ser uno de sus rasgos definitorios. Apenas apareció. De momento, mucho más cerca de Fuego -lagarto, lagarto- que de Kondogbia. Por si ello fuera poco, por la derecha apareció, en plan Mendieta, el serbio Maksimovic, que lo dio todo y ayudó como un jabato a Vezo por aquel lado. Sin más. La desaparición, por fin, de Montoya subió un peldaño el nivel de seguridad en la zaga, que tuvo trabajo para dar y tomar. Llegó por momentos en volandas el Deportivo, incapaz el Valencia de mover el balón con un criterio discernible.

Parejo hizo el partido más discreto del año, seguramente porque no veía claro lo que tenía a su alrededor. Y si en algún momento parecía que la jugada se hilvanaba, por ahí aparecía Rodrigo para encargarse de desmontar el contragolpe o entregar la pelota al rival. Y vuelta a plantarse ante la frontal a defender. En esa faceta, destacó en positivo Garay, que sostuvo el kiosco con entereza, y en negativo Gayà. Por dos veces el presunto internacional se dejó robar la cartera por la espalda a dos metros de puerta. La primera casi entró, la segunda terminó haciéndolo. Los laterales, no se cansará uno de repetirlo, son el auténtico tendón de Aquiles de este Valencia. Ningún fichaje resulta tan necesario como la vuelta de Cancelo, que, insisto, comparado con Gayà y Montoya es en defensa tan bueno como Maldini.

Ganó el Valencia, sí, y a la victoria se agarrarán los cortoplacistas para dar por bueno lo acontecido. Pero victoria pírrica, con olor de nuevo a Nuno, amparada por dos errores clamorosos de la defensa gallega y lastrada por largas fases del encuentro en las que el equipo no encontraba ni norte ni sur. Experimentos como el de anoche, en definitiva, salen bien una de cada cien veces, de modo que, si puede ser, que Marcelino nos ahorre las próximas noventa y nueve.

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