El Barcelona se impuso de manera inapelable en una eliminatoria que apenas tuvo emoción. Sólo un Valencia sobresaliente podría haber puesto en apuros al líder de la Liga que, por añadidura, se tomó esta semifinal muy en serio. Con un Messi hiperactivo, dispuesto a recuperar el cetro de mejor futbolista del planeta por la vía rápida, las posibilidades de sorpresa se reducían a la mínima expresión. Y con todo, el Valencia esta vez al menos lo intentó.

Abandonó Marcelino sus experimentos y puso sobre el campo un equipo con galones. Varió el sistema para incorporar a Coquelin y la apuesta le funcionó. El francés dejó buenas sensaciones. Igual que el resto de sus compañeros en un primer tiempo muy reñido. Zarandeado por el Madrid y anulado por el Atlético, al menos esta vez el Valencia ofreció algo de fútbol. Esperó atrás, como hace ya casi siempre, pero supo transitar hacia arriba con rapidez. Se movió bien Rodrigo, tenía cierta fluidez la pelota por el medio y el Barcelona contemplaba a la espera de la habitual genialidad de Messi, pero sin generar peligro a reseñar. Gomes se perdía en su ansiedad y por el lado de Iniesta las cosas ya no marchan como antes. Un cabezazo al travesaño de Rodrigo fue lo único que pudo haber cambiado el decorado.

El problema es que para ganarle al Barcelona no puedes tener errores. Tu defensa debe mantener la concentración de principio a fin, fajarse como si no existiera el mañana. Y apenas iniciada la reanudación, Gayà volvió a dejar la puerta del jardín abierta. Coutinho, recién saltado al campo, aprovechó el regalo y finiquitó partido, eliminatoria e ilusiones del valencianismo entero. Si hace cuatro días su pasividad permitió el gol de Correa y que el Atlético se escapase casi de forma definitiva en la clasificación de la Liga, esta vez el lateral alicantino volvió a dejar al adversario en franquicia para condenar a su equipo. La endeblez de los laterales blanquinegros, de la que venimos hablando aquí desde el principio de la temporada, está generando al equipo un boquete que parece ya harto difícil de tapar. Para más inri, un nuevo error clamoroso de Gayà entregando una pelota a Suárez en el borde del área estuvo a punto de costar un segundo tanto y terminó con Garay en el hospital con una seria contractura, no sabemos si fruto de la carrera que tuvo que echar para recuperar posiciones o de la incredulidad de tener que lidiar semana tras semana con el paupérrimo estado de forma de su lateral izquierdo.

Tras el gol, el Valencia se marchó del partido. Los chicos habían mantenido el tipo durante cuarenta y cinco minutos pero ese cubo tenía el agua demasiado fría y lo que veían delante era una montaña demasiado alta. Tres goles al Barcelona tal como estaban las cosas era demasiada proeza. Lo siguieron intentando, Guedes echó mano de parte de su repertorio, pero resultó evidente que si alguien podía volver a marcar ese era el Barcelona. Así sucedió. Los azulgranas vivieron un final de partido plácido, acorde con una semifinal en la que han sufrido bastante menos de que la historia de los dos equipos y el nombre del Valencia hubieran hecho presagiar.

Se terminó esta aventura con un regusto amargo para el Valencia. Ha dejado, además, bastante más daños colaterales que beneficios. Coincidió su disputa con el inicio de los extraños experimentos de un Marcelino que nunca supimos qué pretendía exactamente. Cuanto menos, ayer el Valencia ofreció una mejor cara hasta el gol visitante, enseñó un camino que permanecía oculto desde finales del año pasado. Habrá que aferrarse a ello para encarar con ánimo lo que queda de campeonato. La recuperación de hombres como Zaza, muy desdibujado toda la noche, Soler o Guedes se antoja esencial para alcanzar el éxito. La de futbolistas como Gayà y Montoya, con todos los respetos, me parece poco menos que imposible. Que su entrenador se empecine en alinearlos ya hemos visto que no le sale precisamente gratis.

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