No le hizo falta al Valencia mostrar su mejor cara para imponerse con lacerante comodidad a un paupérrimo Sevilla en un partido feo, plagado de imprecisiones y demostrativo de lo mediocre que está siendo este campeonato. Que un equipo en ruina técnica como el andaluz esté todavía, aunque ya un poco menos, luchando por meterse entre los cuatro primeros no nos deja, precisamente, en buen lugar. Más allá de su proverbial inclinación a la marrullería, la protesta y la trampita pueril, en estos tiempos postmonchinos en el Sánchez Pizjuán no se ve más buen fútbol que el que despliegan los rivales. Y ni siquiera eso les hace falta para imponerse.

Neto y Rodrigo

El Valencia tuvo un día pésimo. Al menos fue así hasta que Rodrigo subió su segundo de la cuenta al marcador, coincidiendo con la entrada de Soler en el campo. Marcelino aseguró que su intención era salir a por la victoria, aunque luego los medios que pusiera para alcanzar tal fin resultaran cuanto menos discutibles. A priori, claro. Dejar en el banco a Soler y poner a Coquelin no es, precisamente, un dechado de ambición. Y el equipo se resintió, claro. Las piernas pesaban, allí no había quien diera un pase en condiciones, el Sevilla, a trancas y barrancas porque de calidad anda bien justito, iba achuchando y, francamente, aquello no tenía buena pinta. Hasta que un fallo de Escudero, muy lejos toda la tarde de aquel buen lateral que fue, dejó en franquicia a Rodrigo. No falló el brasileño, al que, para que no le faltara de nada a los de este tal Montella, Rico enseñó el camino al gol protagonizando una de las más pobres salidas al uno contra uno que se recuerdan. En el gol que liquidó el partido hizo la otra. Lo que era Rico y lo que es.

Con el cero a uno, los locales se vinieron arriba. Los que cantan el arrebato como si no existiera el mañana y el árbitro se conjuraban para que allí de fútbol hubiese sólo el justito en un tumulto permanente de gritos, faltas señaladas que no eran, insultos hasta al chaval de la Cruz Roja, simulaciones por codazos que no tenían ni codo y la habitual letanía de cada temporada. Ser del Betis acaba siendo casi una obligación. Durante veinte minutos el Valencia se esfumó del partido. Sarabia le hizo varios trajes a medida a Gayà, hasta Muriel, casi tan torpe como Bacca aunque con idéntico pasaporte, estuvo a punto de liarla y sólo Neto aguantaba el tipo en un verdadero concierto de despropósitos. Un perfecto retrato de cómo está el camino a Champions en los tiempos que corren. Si Parejo no tenía el día, Banega pedía a gritos un coche para llenarle el tanque en una gasolinera desatendida. Ni Kondogbia se libraba del desbarajuste generalizado.

Cada cual a su sitio

Con todo, el Valencia sigue siendo bastante mejor que el Sevilla y al final, un buen pase filtrado de Kondogbia fue aprovechado por el mejor Rodrigo de la temporada para poner las cosas en su sitio. A partir de ahí y con Soler en el campo, el lugar del que sólo Marcelino parece satisfecho de alejarlo, la cosa fue un paseo militar. La capacidad de reacción de los locales fue nula, dejando en bastante mal lugar a su entrenador, llegado desde Italia no se sabe todavía muy bien para qué. Si no espabilan, el correctivo que pueden recibir en Manchester puede ser importante.

Queda explícito, pues, el camino hacia la Champions. No sólo porque el Valencia puede jugar bastante mejor fútbol del que le vimos ayer, con demasiados nervios en el cuerpo y más plomo en las piernas de las que resulta aconsejable, sino sobre todo porque imaginar a este Sevilla -al Gerona ya ni los consideramos- ganando cuatro partidos más de aquí al final de la campaña se hace poco menos que impensable. Un paso de gigante que hay que dar por más que bueno. Suficiente alegría tenemos como para ponernos a pensar en lo que podría haber sido aquello si el equipo llega a estar a la altura del partido de la primera vuelta.