El Mundial arrasó con todo y todos en Brasil. El primero de ellos fue Fred, quien reconoció que se retiraba de la selección profesional. El delantero del Fluminense, muy lejos del nivel que un nueve necesita, fue sólo la primera víctima del rodillo de las críticas sobre la canarinha. El país no asumió, como es lógico, la derrota ante Alemania, a la postre vencedora del torneo, y que supuso el Mineirazo.

Desde 1950 caminaba Brasil tratando de olvidar las penurias y la debacle nacional que supuso caer ante Uruguay en Maracaná y 64 años más tarde todo terminó con el mismo final que entonces, o incluso peor. El último en sufrir los efectos de la cita mundialista fue Scolari, quien ayer dimitió de su cargo y ahora, el puesto de seleccionador queda vacío.

No será fácil para el sucesor de Felipao. El técnico brasileño ha tenido en sus manos la posibilidad de alzarse con el Mundial, como ya hiciera en 2002, aunque lo cierto es que este equipo estaba muy lejos de aquella oda al fútbol preciosista. No solo el equipo cambió, también lo hizo el propio entrenador.

Scolari renunció al toque para pasar a un fútbol más físico y con mayor carácter. Los jugadores se empaparon de la medicina que el técnico propuso desde el minuto cero y al final lo pagaron. La derrota ante Alemania no fue solo una debacle a nivel futbolístico, también lo fue anímico. El primer gol de Müller abrió la caja de los truenos, esos que habían permanecido encerrados a raíz del resultadismo y que a las primeras de cambio se derrumbó.

Un mes después de que Scolari fuera alabado por toda Brasil, su marcha termina siendo casi bendecida por todos los aficionados. Si el técnico tiene parte de culpa, también la tiene la poca exigencia del pueblo brasileño. Desde su llegada a la selección, Felipao revitalizó una plantilla que parecía muerta, sin alma y sin fútbol. Con su manejo consiguió devolverle la vida e incluso el propio alma, pero lo tercero siguió sin aparecer y mientras todo el público de la canarinha miraba hacia otro lado. La identidad futbolística nunca volvió y ante los halagos su flor se marchitó.

Con la marcha de Scolari se va la imagen del último gran Brasil, pero también de la última gran debacle. El mineirazo quedará como un borrón histórico en el recuerdo de todos los aficionados, ahora bien, tras el fiasco en 1950 ante Uruguay, el cuadro sudamericano creció, hasta alzarse con tres mundiales en las siguientes cinco ediciones. Ahora la federación tiene una tarea clara; encontrar al sustituto que devuelva la identidad al fútbol brasileño.