El pasado 28 de diciembre, un alevín del CF Unión Viera de Las Palmas agredió a un jugador de la Agrupación Deportiva Huracán. Le propinó una patada en la cara de forma involuntaria y, rápidamente, cuando se dio cuenta del mal que había hecho, pidió disculpas al rival, que tuvo que ser atendido en el terreno de juego. El Comité de Competición de la Federación Interinsular de Fútbol entendió que, pese a su arrepentimiento y que no hubo intencionalidad, el niño de diez años debía recibir una sanción ejemplar: no jugará hasta la próxima temporada. Y eso que le podían haber ´caído´ hasta dos años.

Pero, ¿se merece dicha sanción? ¿No resulta exagerado que a un chaval que acaba de comenzar en este deporte lo expulsen durante diez meses de los terrenos de juegos? ¿Cómo afectará esta sanción en él? ¿Querrá volver a jugar cuando cumpla el castigo? Porque sí, las patadas no están permitidas. Pero, queramos o no, el fútbol es un deporte de contacto, donde todos quieren ganar, donde desde los querubines antes los amateurs van al máximo para llevarse el triunfo. Y muchas veces se ciegan con el balón sin fijarse en el rival. También, en los partidos de alevines.

En el Unión Viera, de hecho, se han sorprendido por la sanción impuesta al pequeño. Directivos y cuerpo técnico esperaban que el niño fuera sancionado con cuatro o seis partidos de suspensión. E incluso le dejaron fuera del equipo a la espera de la resolución de la Federación Canaria. Pero nunca podían esperar una sanción tan exagerada. Porque el niño mostró su arrepentimiento de inmediato e incluso acompañó al rival herido al hospital y se hicieron una foto para demostrar que no existían rencillas entre ellos fuera de los terrenos de juego. De hecho, si por algo destaca la escuela del ´presunto agresor´ es por la deportividad que reina en la misma. Justo hace unos meses el pequeño Alejandro Rodríguez, de este mismo club, recibió un premio nacional del deporte por separar en una discusión a un entrenador y a un árbitro.

Ahora a este niño solo le queda esperar, con las botas puestas, eso sí, pero esperar: a que comience una nueva temporada, a que el balón para él vuelva a rodar, a que sus compañeros le acojan como uno más. Porque en diez meses va a crecer y madurar lo que muchos niños de su edad en años. Porque esta lección, justa o no, le va servir para un futuro. Y al resto, también.