"Djukic seguirá. Él no tira los penaltis". Era el 4 de mayo de 1994. Las palabras las pronunciaba un contrariado Augusto César Lendoiro, presidente deportivista, en uno de los días más tristes de su vida. El serbio de rostro recto, llegado a Galicia en el año 1991, acaba de fallar un penalti. Pero no una pena máxima cualquiera. Había fallado El Penalti.

Era una un día lluvioso en A Coruña, nada nuevo en Galicia. Todo era normal, salvo una cosa: el club de la ciudad, el Deportivo de la Coruña, esa tarde se jugaba el título de Liga por primera vez en su historia contra un Valencia que no se jugaba nada. La ciudad palpaba el ambiente de cita grande. Las banderas asomaban en cualquier rincón de la ciudad. Desde la Avenida de los Monelos hasta la plaza María Pita. Todo el mundo en A Coruña era del Deportivo, del Superdépor.

Atrás quedaban los tiempos oscuros en segunda división para instalarse en la parte alta de la tabla. Fueron llegando los Bebeto, Mauro Silva, Donato... Jugadores que permitieron al equipo dar el salto de calidad necesario, camuflados con canteranos como Liaño, Voro o el por aquel entonces jovencísimo zurdo Fran. Y junto a ellos, jugadores de equipo como Manjarín o Ribera.

El Superdépor, como fue apodado ese equipo comandado por Arsenio Iglesias, maravillaba a todo el mundo. Ya no era impensable pensar que un 'conjunto de provincias', a excepción de inicios de los años 80 con Athletic y Real Sociedad, peleara de tú a tú un título con los todopoderosos Real Madrid y Barcelona.

El penalti fallado por Djukic aquel día marcó un antes y un después en la vida del deportivismo y también en la del serbio. Desde entonces no hay persona que no le asocie casi únicamente al penalti atajado por el portero valencianista José Luis González. Aquel penalti, dio la liga al FC Barcelona de Johan Cruyff, que llegó a estar hasta seis puntos por detrás del Deportivo a pocos partidos para finalizar el campeonato.

Por aquel entonces, Miroslav Djukic era un pilar básico del Superdépor, un central robusto, serio, que había llegado a la ciudad en un momento en el que club añoraba una expansión meteórica, pero que no dejaba de ser una ilusión. Pese a ganar un año después la Copa del Rey con el Deportivo, nuevamente contra el Valencia, y tener el cariño del deportivismo, Djukic decidió en el año 97 cambiar de aires.

Destino Valencia

En Valencia llegó con 31 años. Solo se esperaba de él que fuera el típico jugador serio y veterano que llevara la voz cantante en el vestuario. Que aportara en partidos de rotación. Poco más. Pero no había que subestimar al balcánico. Lo mismo que aprendió castellano en poco tiempo -como la mayoría de jugadores del este de Europa -, su exigencia por el trabajo le hacía estar en plena forma.

En Valencia su carrera se mantuvo. Llegaba a un equipo que no terminaba de arrancar, pero en el que se vislumbraba que podía ocurrir algo grande. En su primera temporada con Jorge Valdano y posteriormente con Claudio Ranieri, fue un fijo de la zaga. Desde aquella primera temporada fue titular indiscutible. La llegada de Héctor Cúper le consolidó.

En ambas temporadas superó los 30 partidos disputados. Y lo hizo con nota y cosechando éxitos de gran calado, llegando a disputar dos finales de la Champions. Djukic formó una defensa repetida de carrerilla junto a Angloma, Pellegrino y Carboni.

Sin embargo, en la temporada 2001-2002, la llegada de Rafa Benítez le relegó al banquillo. Fabián Ayala, un descomunal central, le relegó a un segundo plano en sus dos últimas temporadas como valencianista. Eso no hizo que se minimizara su peso en el equipo en la consecución de la primera liga de la era Benítez. Tras un breve paso de un año por el Tenerife, se retiró.

Tras dejar el fútbol, volvió a la capital del Turia a vivir. Se enroló en una etapa de su vida como comentarista de fútbol en varios medios, hasta que el gusanillo por el fútbol le volvió a picar. Su etapa como entrenador comienza en la selección sub-21 de Serbia. Tras quedar subcampeón del europeo, le ficha el Partizan de Belgrado, donde nuevamente queda subcampeón, aunque decide no renovar.

Tras un breve paso por la selección de su país, donde recibió duras críticas por la mala actuación del combinado nacional en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008, se fue a Bélgica a entrenar al Mouscron. A final de temporada dejó el cargo. Fichó por el Hércules con la temporada ya comenzada, y acabó descendiendo a Segunda. Después de varios sinsabores, por fin llegó al lugar adecuado en el momento adecuado. El Real Valladolid. En la capital castellana consiguió ascender al equipo en su primer año y mantenerlo en en Primera en el segundo, llegándole así la oportunidad de su vida.

Djukic, en su etapa como entrenador del Valencia

El Valencia se fijó en él y se convirtió en el nuevo técnico del equipo che en el año 2013. Sin embargo, su segunda etapa en Valencia, esta vez como entrenador, empezó mal y acabó peor. Con el equipo en novena posición y caído en los dieciseisavos de final de la Europa League, fue destituido en diciembre de 2013 tras perder contra el Atlético de Madrid. Se acababa la oportunidad de su vida y en uno de los equipos de su vida.

Un año después llegó al Córdoba de apagafuegos, pero no consiguió la salvación y fue destituido. Ahora, el defensa serbio se encuentra ahora esperando un nuevo reto. Lo que queda claro es que Djukic quedó marcado aquel 4 de mayo de 1994. Se enfrentaban los equipos a los que tantos años perteneció.

Entre esos dos equipos, desde aquella fecha quedó una herida difícil de cicatrizar. En el año 2011, en un Valencia-Deportivo en Mestalla, apareció una pancarta en la que se podía leer en clara alusión a los deportivistas: "vuestras noches de insomnio, nuestros mejores sueños". Y no, no volvió a tirar penaltis.