Poco (o nada) queda del idílico paisaje que dibujaba del Madrid su entorno hace solo 10 días. El sopapo de realidad que Zaza y Orellana le dieron en Mestalla destapó repentinamente todas los males internos que los resultados habían ocultado hasta entonces. El equipo sufre física y futbolísticamente (como quedó patente también en Vila-real y ante Las Palmas) y Zidane a la par con este; el galo no da abasto para cerrar los frentes abiertos ni para evitar la aparición de otros nuevos. Mientras, el Barça ha recortado distancias hasta tal punto que ya depende de sí mismo.

La consecuencia es que el principal objetivo merengue para este año, el título de LaLiga, corre peligro cuando hace tres jornadas parecía prácticamente en el bolsillo. El desgaste de los últimos partidos ha provocado que el francés haya perdido la aureola legendaria que le predecía hasta ahora. Por su etapa como jugador y los éxitos en su primer año en el banquillo blanco (en el que lograse el récord de imbatilidad, la Champions y el Mundialito de Clubes), nadie le cuestionaba. Ahora, por contra, no hay quien se resista a la crítica. Por lo que dijo Marcelo a la conclusión del duelo ante los canarios, la conexión Zidane-vestuario falla: «Decimos cosas antes de empezar y no lo hacemos y eso pasa últimamente», denunciaba el pasado miércoles, todavía en caliente.

Al Madrid le falta frescura a día de hoy. Entre otras cosas, por el sobreesfuerzo realizado a mediados de enero para intentar remontar la eliminatoria de Copa ante el Celta. No logró ese propósito, aunque sí contener temporalmente una tormenta que se acabaría desatando un mes después y en un escenario poco esperado. En una temporada para olvidar, y en solo 10 minutos, el Valencia desmontaba por completo a los merengues.

Desaprovechado aquel, a los merengues les queda todavía un partido aplazado (en Balaídos, justamente) de margen. Con esos tres puntos recuperarán el liderato, aunque siempre a expensas de lo que suceda hasta entonces y sobre todo en su futura visita al Camp Nou. De golpe y porrazo han pasado de tener dos encuentros menos y un punto más que los culés, a encontrarse uno por debajo de estos y contar solo con el choque ante el Celta pendiente. Y hubiera sido peor de no haber remontado en el Estadio de la Cerámica (con polémica arbitral) y haber arañado al final un empate el pasado miércoles ante Las Palmas.

Los males de este Madrid son tanto individuales como colectivos. Ha recuperado la mejor versión de Cristiano, prácticamente desaparecido en el primer mes y medio de 2017, pero con eso no le llega. Ha perdido el equilibrio y el control de los partidos en el centro del campo, empujado por la necesidad de Modric, Kroos y Casemiro de tomarse un respirom y el regreso de la BBC. Kovacic cayó inexplicamente de las alineaciones en las últimas semanas (volvió al once ante Las Palmas), del mismo modo que el retorno de Bale tras su lesión ha sobrecargado de trabajo de recuperación a la media. Y así, la presión se ha resentido.

Marcelo, Benzemá, Ramos o Keylor están muy lejos de su mejor rendimiento, con la perdida de pegada y de firmeza defensiva que conlleva en unos u otros casos. Zidane no solo no ha sabido encontrarles sustitutos, sino que ha matenido relegados a un segundo plano a jugadores de eficacia probada. Isco y Morata, principalmente.