El pasado 18 de enero fue la última vez que de dejó ver vestido de corto en un 10K disputado en Benicàssim. Aficionado al running, antes había participado ya en algún Maratón y alguna Media, pero pocas veces tendrá que correr a pie tan concentrado como en las próximas horas, en las que deberá aprenderse de memoria cada detalle del circuito de Melbourne para preparar su histórico y esperado debut en el Mundial de Fórmula 1. Ni siquiera el desconocimiento del trazado le inquieta demasiado. Es difícil verle nervioso y ya lo demostró el año pasado, cuando brilló en los entrenamientos libres que pudo hacer con Caterham en Monza, Suzuka y Sochi. Eso sí, nunca antes se ha visto en otra como esta. Una prueba de fuego para sus nervios de acero. Por fin va a competir con los mejores pilotos del mundo.

Un milagro sin dinero

Los deportes de motor no son precisamente baratos y no es poco el dinero que cada familia suele invertir en las carreras de los jóvenes pilotos, pero el gran mérito de Roberto es haberse ganado el derecho a competir en la Fórmula 1 sin haber tenido que pagarse el asiento, algo que parecía imposible en los últimos años. Su mejor aval es el talento y el buen recuerdo que ha dejado allá por dónde ha pasado, especialmente en esos equipos que iban a la deriva y que reflotaron de su mano. La llegada a Manor de algún piloto con dinero a partir de la segunda carrera está ahí y solo puede salvarle el asiento su talento mientras espera que, como con Sainz Jr. o Alonso, alguna gran empresa apueste por él. Lo merece.

Los pies en el suelo

La ilusión por su debut no debe hacernos perder el norte. Llega a un equipo que no ha rodado en pretemporada, con menos recursos que el resto y un monoplaza de 2014. Puede pasar cualquier cosa porque hasta McLaren está sufriendo. Si sale mal, que nadie se lleve una decepción. Y si sale bien, a disfrutar del madrugón.