Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Visto lo visto con Sporting y Atlético, habrá que esperar que, a la tercera, el entrenador termine por entender que la mejor medida para que el contrario no te empate un partido en los minutos finales es que no tenga el balón. De la manera que juega el Valencia nadie está en condiciones de asegurar que con otras decisiones al final habría ganado, pero está claro que llega un momento en que se le mete el miedo en el cuerpo, empieza a desconfiar de sí mismo y es capaz de revivir al rival que tiene enfrente por muy muerto que esté. Y no hay que estudiar en la escuela de entrenadores para ver que en esos minutos de zozobra los cambios de Emery no están ayudando. Lo hará con la mejor intención, pero en lo que respecta al criterio sus explicaciones son bastante peregrinas. Como decir que Banega estaba cansado o que el Valencia ha jugado un gran partido. El equipo, mientras no demuestre lo contrario, es un auténtico colador. Ayer pudo hacer cuatro o cinco goles, los mismos que le pudo haber colocado el Atlético a poco que Forlán hubiera tenido su noche. Nada se puede objetar a las ganas, pero sí a la atención, concentración y personalidad. Así, al contrario de lo que hemos tenido oportunidad de escuchar, el Valencia estará más cerca de la mediocridad que de los puestos de Liga de Campeones.